Capítulo 1
El observador estelar
Zack dejó el
ordenador y se dirigió a la cocina. Adel iba a llegar tarde, por lo que le
correspondía a él el honor de prepararse la cena. Ella le había enseñado todo
lo necesario para hacer una comida en condiciones debido a que a veces tenía
que ausentarse por trabajo.
Aunque tenían bastante dinero,
vivían los dos en una casa modesta de un pueblecito de Inglaterra situado a
media hora de Liverpool. Era evidente que ambos provenían de otro lugar, tanto
por su piel bronceada como por sus pelos y ojos. Desgraciadamente, también era
evidente que no eran familiares; no se parecían en nada. Mientras que el pelo
de Zack era castaño, el de Adel era rojo como el fuego. Los ojos del joven eran
de color negro. Su mirada poseía la fuerza de alguien que ha crecido demasiado
pronto. Los ojos de su madre adoptiva eran de color verde oscuro, relucientes
cual par de esmeraldas.
Echó el aceite en la sartén y esperó
a que se calentara. Cuando estuvo listo puso un filete de pollo al fuego y esperó pacientemente a que se cocinara,
escuchando el rítmico tik tok del
reloj. Atrapado en el incansable avance de las agujas del reloj, dejó vagar su
mente, lejos, muy lejos…
¿Era cierto lo que Adel le había
contado? Que simplemente se lo había encontrado en la puerta de su casa un día.
¿Cómo podía alguien hacer algo así? ¿Por qué le habían… abandonado?
Le dio la vuelta al filete como un
autómata. A diferencia de la mayoría de los ingleses, ellos usaban aceite en
lugar de mantequilla para cocinar. Tenían mucho dinero gracias a los ingresos
de Adel por su famoso libro, Energía
Oscura. Lo había escrito el mismo año que ella le había encontrado en la
puerta y se hizo cargo de él. Adel era una verdadera madre para Zack. No quería
conocer a sus padres biológicos, no después de la atrocidad que hicieron. Como
Adel no tenía ninguna familia, los dos habían vivido solos en el mundo durante
aquellos diecisiete años. Tenía unos pocos amigos íntimos. A él no le gustaba
conocer a gente nueva, sino trabar complicidad con quienes ya conocía. Elisa y
James eran sus dos mejores amigos, una compañía de valor incalculable. Elisa
era guapa, muy guapa. Sus rizos dorados y sus ojos azules eran para él un
verdadero imán.
El humo impregnaba la habitación.
Únicamente salió de su ensimismamiento por el horrible olor a quemado. ¡Había
dejado el filete demasiado tiempo en el fuego!
Cogió la sartén rápidamente y la
apartó de la vitrocerámica, pero le saltó un poco de aceite a la mano.
–¡Mierda! –gritó mientras abría las
ventanas. Después puso la mano izquierda bajo el gran chorro de agua fría
proveniente del fregadero. Era zurdo.
La puerta de entrada se abrió.
Genial, Adel estaba en casa. Iba a encontrarse un gran estropicio…
–¡Ya estoy aquí! Que suerte, la
firma de libros ha terminado antes de lo previsto. ¿Qué tal ha ido…? –se
interrumpió al ver el estropicio que se había creado en la cocina. La sartén
había caído al suelo y esparcido el aceite. El filete estaba sobre los
azulejos–. Zack, ¿estás bien?
–Sí, es sólo que me he distraído un
poco y se ha quemado la comida. No te preocupes, yo lo recojo todo.
–¿Te has hecho daño? –preguntó
preocupada al verle inclinado en el fregadero. Se acercó esquivando el charco
de aceite con un gran salto del que pocas personas podrían ejecutar y se plantó
junto a él. Cuando le vio la quemadura su expresión cambió.
Le había caído una buena cantidad de
aceite, aunque no era nada grave. Pero dolía bastante. Zack no pudo evitar
bajar la mirada hasta el brazo derecho de Adel, donde portaba una gran cicatriz
producida por una quemadura que se extendía casi hasta el hombro. Por un
instante se preguntó de forma infantil si se le quedaría aquella cicatriz. No,
por supuesto que no.
–Vamos a curarte eso –le dijo
mientras desaparecía ágilmente de la habitación. Volvió con una pomada y una
venda. Tras apartar la mano del agua le aplicó el ungüento con cuidado de no
hacerle daño, y procedió a vendarle la mano–. No te preocupes, no es nada.
Aunque será mejor que vayas con más cuidado.
Le sonrió y fue a por una fregona.
Zack se quedó allí plantado, sin saber qué hacer. La mano le escocía bastante.
Recogió su comida y la tiró a la papelera. Cuando su madre volvió con su arma
de limpieza entre las manos, él insistió repetidamente que quería limpiarlo.
Ella finalmente cedió y se fue al salón, no sin antes decirle que la llamara si
necesitaba cualquier cosa.
Demasiado joven, pensó Zack mientras
ella se alejaba. Demasiado joven para pasar por su madre. Tenía apenas treinta
y siete años, y aparentaba mucho menos. Su piel curtida y bronceada, y su
jovial mirada la hacían parecer incluso más joven.
Cuando se perdió en el pasillo Zack
volvió a su labor y fregó el suelo notando las punzadas que le daba la mano
izquierda cada vez que aferraba el mango. Sin embargo, no quería pedir ayuda.
No quería sentirse inútil.
Estuvo unos diez minutos en la
cocina. El humo se disipó mientras el fregaba, y parecía que nada había
ocurrido allí. Salió cansado de la habitación. No había comido nada, aunque lo
cierto era que se había quedado sin hambre. Adel le saludó, recostada en uno de
los cómodos sofás del salón. Era la mejor parte de la casa. Allí se apreciaba
el verdadero poder financiero del que disponían. Había una gran televisión de
plasma en una librería de madera que cubría por completo una de las cuatro
paredes. El televisor estaba rodeado de una infinidad de libros de todas
clases; aunque los que más abundaban era de fantasía. A ambos les encantaba e
incluso charlaban respecto a los personajes y el argumento de las obras.
–Me voy a la cama –susurró él–.
Estoy un poco cansado.
–De acuerdo. Aunque es un poco
temprano, ¿no? –Cerró el enorme libro que estaba leyendo. El Libro Mágico, como
a Zack tanto le gustaba llamarlo. Aunque Adel era por lo general relativamente
permisiva, nunca le había dejado ver qué había tras aquella gruesa cubierta de
cuero incrustada de lo que parecían piedras preciosas. El brazo quemado de ella
descansaba sobre el libro. Era una suerte que su mano no hubiera resultado
dañada por el incendio del que jamás había hablado.
Zack no le preguntaba demasiado
sobre su pasado, porque eso le recordaba a que lo habían abandonado. De
cualquier modo, no estaba seguro sobre si ella le habría respondido a sus
preguntas. Parecía muy cerrada en torno a su vida anterior.
–Lo sé, pero no me encuentro muy
bien. Buenas noches. –Se encaminó hacia su habitación sin decir nada más y sin
advertir la preocupada mirada de Adel. Elisa y James le habían hablado por el Messenger en su ausencia. Se había
olvidado de cerrarlo.
Sin fuerzas para hacer nada, se
desplomó en la cama, pensando en qué había hecho para estar tan cansado.
Cerró los ojos lentamente. Antes de
caer completamente dormido pasaron miles de imágenes por sus párpados cerrados.
Un libro incrustado con joyas, un incendio y un caballo desbocado.
El vacío se
expandía en todas las direcciones hasta llegar al infinito. Zack se encontraba
flotando en algún lugar de la nada. No sabía cómo desplazarse, ya que no
disponía de ningún punto de apoyo. Además, moverse tampoco iba a servir de
mucho. No había ningún lugar al que ir.
Se preguntó si estaba soñando. Era
evidente que sí. ¿Dónde estaba si no? Podía escuchar su propia respiración. Sus
ojos oscuros escrutaron los alrededores. Era imposible… ¡Todo estaba realmente
vacío! Su vista se perdía en un color que no era blanco ni negro.
En algún lugar vio un edificio. Una majestuosa construcción que le había
pasado desapercibido hasta entonces, o que acababa de aparecer. Un espléndido y
mágico observatorio.
Zack notó que una nueva gravedad lo
empujaba hacia abajo. Cerró los ojos, pensando en que iba a hundirse
eternamente. Había perdido la oportunidad de alcanzar el misterioso
observatorio.
Sus pies se posaron sobre algo
firme. Abrió los ojos y vio con sorpresa que se encontraba sobre una roca plana
y negra que no estaba apoyada en ningún lugar. Sin embargo, soportaba su peso
sin dar ningún signo de debilidad. ¿De dónde había salido?
Ahora estaba sobre sus dos piernas,
pero el edificio quedaba a un desnivel de unos veinte metros de altura y
distancia. No había nada que pudiera hacer, pensó con pesimismo.
Como si hubiera leído sus
pensamientos y quisiera empeorar la situación, la piedra comenzó a temblar.
Zack saltó como un acto reflejo. Y cuando esperaba volver a caer y caer… sus
pies se posaron sobre otra laja. Tal vez aquellas rocas aparecían cuando las
necesitaba. Dio un paso y se adentró en el vacío. Pero sus pies encontraron un
nuevo punto de apoyo. Sonriendo satisfecho, miró al edificio. Podía
conseguirlo.
Aquel ambiente parecía actuar en
torno a su estado anímico, ya que apareció un camino de lajas de color oscuro
que ascendían en línea recta hasta parar en la puerta del observatorio. Zack se
acercó a él, observando cada vez más detalles en su estructura. Era una
construcción con forma circular, aunque las puertas se encontraban en una zona
rectangular que sobresalía de la distribución original. Sus paredes eran de un
material blanco muy brillante, y ascendían en posición vertical unos diez
metros. A esa altura, las pulcras láminas dejaban paso a una cúpula enorme
hecha de lo que parecía cristal. De un orificio en el cristal sobresalía lo que
parecía a todas luces un telescopio de proporciones colosales. Debía de ser
carísimo.
Zack continuó ascendiendo hasta
llegar a las puertas. Se abrieron de forma automática cuando se acercó a ellas.
El interior estaba iluminado por una gran lámpara de araña de color bronce. La
habitación era espaciosa, y había sido decorada con gran profusión. El techo
estaba a una gran altura. De él colgaban gruesas tiras de terciopelo verde con
grabados dorados que representaban en su mayoría escenas de astronomía.
Reconoció en uno de ellos el Sistema Solar. En el extremo inferior de la tela,
que colgaba a un par de metros de altura, había letras que resultaron
irreconocibles para Zack. Parecían una fusión entre los kanji orientales y las letras griegas. Parecían querer representar
algo sin necesidad de conocer el idioma en el que estaban escritas, pero a Zack
se le escapaba su significado.
El centro de la sala estaba libre de
tela. La lámpara que otorgaba luz a toda la estancia colgaba del techo gracias
a una fina cadena de metal. Estaba decorada en sus extremos con joyas de todos
los colores; pero destacaba la presencia de piedrecitas negras, probablemente
ónix. El suelo de la habitación estaba hecho de un material suave y cálido.
Cuando se dio cuenta de que estaba descalzo, descubrió también que llevaba
puesto el pijama. ¿Y si se encontraba con alguien? Se sintió aún más
avergonzado cuando recordó que aquello no era más que un sueño, por lo que
aquello no importaba.
Había una puerta al fondo de la
habitación. Se acercó a ella apartando torpemente las tiras de terciopelo que
caían hasta su altura. Se situó ante aquel conector con lo desconocido. Si no
se equivocaba, tras la madera debería estar la sala de observación. Las
abismales diferencias entre aquella puerta y la anterior marcaban la indudable
presencia del mundo onírico en aquel lugar.
Zack apoyó la mano en el pomo.
Estaba formado por la misma piedra negra que decoraba la lámpara. Respiró una,
dos veces, y pasó al otro lado.
–Qué bien que ya
estés aquí.
La sonrisa del hombre era más que
amistosa. Era la clase de sonrisa que un padre le dirigiría a un hijo que acaba
de volver de un largo viaje. ¿Quién era aquel tipo?
Zack se encontraba al otro lado de
la puerta, y todo era bien diferente a lo que había esperado. El suelo era de
madera pulida. Parecía quemada en algunas zonas, ya que su tono claro era
sustituido en algunos puntos por un color que se aproximaba bastante al negro.
Las paredes eran del mismo material blanco que había visto desde el camino de
piedras. La habitación era completamente circular y la elaborada cúpula de
cristal constituía el techo. A través de ella Zack vio una innumerable cantidad
de astros lejanos que se movían a una velocidad relativamente rápida. Cada uno
poseía un color que lo diferenciaba de los demás. Constantemente desaparecían
motas de luz ocultándose tras el extremo derecho de la cúpula para dejar paso a
otros planetas nuevos.
En el centro de la habitación, el
magnífico y colosal telescopio blanco –que parecía ser del mismo material que
las paredes– enfocaba a un punto indeterminado del firmamento. La nada se había
transformado. Había cobrado vida. Me encontraba en algún punto del vasto universo.
A un lado de la sala había una mesa
de madera cubierta por un mantel de colores chillones. Todo lo que había en la
habitación desentonaba y llamaba la atención por su contraste con el resto del
mobiliario. Dos sillas coronaban cada uno de los extremos de la mesa, sobre la
cual había un delicado juego de té. No, no había un juego de té. Parecía que
alguien había cogido una pieza de cada vajilla y las había juntado. El hombre
que había hablado estaba de pie tras una de las sillas, con las manos apoyadas en
su respaldo. Se sentó tan pronto como el joven entró.
–¿Un poco de té? –preguntó
amablemente mientras cogía la tetera y dejaba caer un pequeño chorro de líquido
parduzco sobre una de las tazas de porcelana. Zack sintió el impulso de querer
beber un poco. Pero pensándolo mejor, no conocía de nada a aquel tipo.
El pelo del hombre le caía liso
hasta los hombros. Era oscuro como la pez, al igual que sus ojos. Su piel era
pálida y tersa; era bastante fuerte. Era mayor que Zack, aunque él no pudo
definir la edad que tenía. Era un ser atemporal. Su mirada, aunque simpática y
abierta, parecía saber mucho más de lo que cualquier persona habría imaginado
jamás. Sus movimientos eran delicados como el fluir del agua.
–Pero… ¿Quién es usted?
Una risa amable salió de sus labios.
A Zack le recordó al viento en las praderas, al frío de las montañas y a la
calidez del fuego en invierno. Todo al mismo tiempo.
El desconocido tenía ante sí a un
joven de unos diecisiete años, bastante delgado, con el pelo castaño y los ojos
negros. Parecía un tanto asustado.
–Yo… soy nada, pero a la vez lo he
creado todo. Soy una parte de algo incompleto, una simple proyección.
Zack no había entendido
absolutamente nada. Se acercó unos pasos por pura inercia; el sujeto ejercía un
poder de atracción parecido a la gravedad que no se le pasó por alto.
–¿Qué quiere decir? –el joven sintió
la necesidad de hablar de forma educada.
–Por favor, nada de formalidades.
¿Quieres una taza de té? –preguntó de nuevo. Interpretó el gesto incómodo de Zack
como un “sí”, y comenzó a verter el líquido que guardaba la tetera.
–De acuerdo –susurró ante la taza
humeante. Se acercó a la mesa, dubitativo, sin saber qué decir.
–Me alegra mucho que hayas llegado.
Eso significa que el viaje podrá comenzar para ti al fin.
–¿Vi…aje?
–Hay muchas cosas de las que hablar,
pero no disponemos de demasiado tiempo. Cómo me gustaría poder compartir más
tiempo con vosotros. ¿He de suponer que Adel no te ha hablado sobre Centra?
El rostro de Zack era el libro
abierto con las letras más grandes que nadie había visto jamás. Todo en él
dejaba entrever su confusión. Movía sus frágiles brazos de un lado a otro, sin
saber donde apoyarlos. Sus ojos barrían la habitación sin cesar, intentando
conseguir alguna pista que le arrojara un poco de luz al asunto.
–No te preocupes. Respecto a tu
pregunta anterior, puedes llamarme Visionario. Aunque, como no soy nadie, no
tengo un nombre real.
–¿Qué quieres decir con eso? ¿Eres
un producto de mi mente? La verdad es que nunca había soñado nada así.
–Me temo que no lo soy. Es otra
mente la que me ha creado. Debido a que sólo soy una parte de otro ser, el
único modo de presentarme ante ti es mediante los sueños.
Zack no sabía qué pensar. Estaba
soñando, eso lo sabía. Pero, por otro lado, jamás se había sentido así durante
un sueño. Parecía que realmente estuviera
en aquel lugar.
–Será mejor que me siente. –Zack
depositó su peso sobre la silla de madera. Su taza de té le esperaba, pero
todavía parecía estar demasiado caliente–. ¿Puede explicarme un poco de qué va
esto?
El hombre no pareció sorprendido por
su reacción. Se levantó y comenzó a caminar pensativamente por la sala. Al cabo
de un largo minuto, comenzó a hablar.
–Vas a comenzar un largo viaje. Tal
vez te parezca un enorme sinsentido, pero no es así. Todo tiene una explicación
lógica, pero de momento no puedo proporcionártela. No me creerías. Además, hay
cosas que es preferible que las descubras por ti mismo. –El Visionario se
detuvo ante una estantería llena de libros. La mayoría parecían ajados por el
uso; aunque sus cubiertas permanecían legibles–. Encontrarás… muchas personas
durante tu camino al norte; nunca estarás completamente solo.
–Pero, ¿dónde quiere que vaya? –Sin
darse cuenta, Zack volvía a hablarle de usted. Era inevitable en una persona
que imponía tanto respeto.
Las manos del Visionario se cerraron
sobre un tomo lleno de polvo. Sopló un poco sobre la cubierta, revelando un
título escrito en letras doradas. Energía
oscura. Había una especie de cadena dorada enrollada a su contorno, pero
desde aquella distancia Zack no podía estar muy seguro. Cogió su taza de té.
Dio un pequeño sorbo y…
La taza voló por los aires hasta
estrellarse con el suelo. Quemaba demasiado y se le había resbalado de las
manos. La había vuelto a fastidiar, como siempre hacía. Por suerte, el hombre
no parecía enfadado, sino sorprendido y un tanto preocupado a juzgar por la
expresión que habían adquirido sus cejas negras.
–Se te ha caído.
–Lo siento, lo…
–¡No! No pasa nada –chasqueó sus
dedos y el estropicio desapareció en un instante. Como si alguien hubiera
pulsado el botón de marcha atrás en un mando invisible, el líquido derramado
volvió al interior de la taza que se reconstruía rápidamente. Unos segundos
después parecía que nada había ocurrido.
–¿Era necesario eso? –preguntó Zack,
refiriéndose a sus dedos.
–No, sólo era para añadirle
dramatismo –bromeó el hombre enseñando una sonrisa. Su expresión volvió a ser
de preocupación un instante después–. ¿Cómo es posible que se haya caído?
Quiero decir que esto es un sueño. Tu cuerpo físico se está trasladando en este
momento, pero no está aquí. ¿Es que te has quemado?
–Sí –respondió escuetamente.
–Pero eso es imposible que te haya
hecho daño. Todo esto es una ilusión. Simplemente es la proyección que han
adoptado mis pensamientos. No importa, es demasiado complicado.
Zack permaneció pensativo durante
unos instantes.
–Me gustan las cosas complicadas. No
soy gran cosa, pero al menos me considero un poco inteligente.
El Visionario sonrió. Le gustó lo
que acababa de decirle. Demostraba que aún tenía un poco de autoestima. Se
acercó con el libro entre su mano derecha y lo depositó sobre la mesa. Quitó el
nudo que unía la cadena a la obra y asió el medallón en su mano derecha.
–No eres su primer usuario. Y espero
que tú tengas tanta suerte como ella.
–¿Qué quiere decir? ¿Es para mí?
–Zack acostumbraba a preguntar varias veces sin esperar a que la anterior
pregunta quedara respondida. Algunas personas como James encontraban aquello un
tanto irritante, pero al Visionario no parecía importarle. La sonrisa había
vuelto a su rostro y era más cálida que antes si cabe. Su expresión le hizo
recordar a Zack que realmente se comportaba como si fuera su padre. ¿Trataría
así a todo el mundo?
–Es todo tuyo. Con una condición.
Deberás aprender a utilizarlo.
Había una especie de reloj colgando
de la cadena de oro. Tenía tres agujas. Una de ellas, la más larga y delgada,
tenía un intrincado contorno en su punta, y era de color negro. La segunda era
la más gruesa. Se transformaba en una cruz al finalizar. La última tenía una
joya blanca incrustada que refulgía como el Sol de la mañana. Las horas estaban
escritas con números romanos. Zack no podía apartar la mirada de aquel
encantador objeto. Cuando el hombre lo depositó sobre su palma, el joven no
podía comprender cómo había llegado hasta él algo tan valioso. Parecía muy
importante.
–¿Dónde lo conseguiste? ¿Cómo
funciona? –preguntó sin apartar la vista del colgante.
–Respecto a tu primera pregunta, lo
creé yo con la ayuda de un amigo. Y respondiendo a la segunda; ya te he dicho
que tendrás que aprender a utilizarlo.
–Muchas… ¡Muchas gracias! Pero usted
dijo que… dijo que esto es una ilusión, y que no existe realmente.
–Lo que nos rodea es una proyección,
sí. Pero ese reloj es real. Yo no puedo entregártelo ya que no poseo un cuerpo
físico más allá de la forma que adopto en los sueños. Pero es mi amigo el que
te lo manda. Aunque no puedas verlo está aquí, velando para que el transporte
que está sufriendo tu cuerpo se lleve a cabo sin ningún error.
Zack no podía quitarse la idea de
que aquello tan solo era un sueño. Nada estaba ocurriendo de verdad. Aunque
todo estaba tomando un rumbo interesante…
–¿Qué ha dicho que está haciendo con
mi cuerpo?
–Está… podríamos decir que se ha desintegrado en millones de partículas
que viajan por el espacio y que cuando lleguen a su destino se unirán de nuevo
y recompondrán tu forma corpórea. –La expresión de Zack fue suficiente para dar
a entender que aquella retahíla de palabras le sonó igual que un salmo en
griego antiguo–. Se nos está acabando el tiempo y nos queda mucho por hacer.
Despertarás pronto. En Centra. Y necesitarás hablar su idioma si quieres
comunicarte con los demás. Simplemente tengo que efectuar un vínculo… –indicó, más
para sí mismo que para Zack, quien no hacía más que preguntarse qué era un
vínculo.
El Visionario cerró los ojos y tocó con uno de sus musculosos brazos el
hombro del joven. El tacto de aquel hombre era extraño. Ocurrió lo mismo que la
primera vez que Zack le escuchó reír; miles de imágenes acudieron a su cabeza.
Olía a hierba recién cortada, a playa y a un riachuelo en medio del bosque.
Zack no sabía a qué olían exactamente aquellas cosas, pero si hubiera tenido
que describir el olor, habría usado aquellas palabras.
Una energía eléctrica los conectó a ambos. La habitación se disolvió en
la oscuridad hasta que sólo quedaron ellos dos. Los ojos oscuros como el ónix
del Visionario estaban clavados en los del chico. Repentinamente, apartó el
brazo y la sala volvió a aparecer. Zack cayó al suelo. Estaba mareado, pero no
se notaba diferente.
–¿Qué has… ha hecho? ¿Es peligroso? –preguntó. No estaba enfadado,
simplemente sorprendido. Se levantó del suelo apoyándose en los brazos.
–Ahora podrás hablar y entender el idioma de Centra gracias al vínculo
que he formulado. No sabes el idioma en realidad, la única forma de conseguir
eso sería con estudio. Sin embargo, gracias a este vínculo se creará la ilusión
de que lo conoces. Hay más de un idioma, pero eso no resultara problema para
ti. Este es uno de los vínculos más poderosos que existen.
Zack no tenía ni idea de qué le estaba hablando. ¿Vínculos? ¿Qué clase de
vínculos? Sus pensamientos quedaron interrumpidos porque el Visionario se llevó
la mano al pecho con expresión preocupada.
–Noto que el transporte casi ha concluido. Volveremos a vernos, pero no
sé cuándo reuniré la fuerza para reunirme contigo.
Quiero pedirte un favor; dos en realidad.
El joven dudó. ¿Qué iba a pedirle? Pensándolo mejor, aquello no era más que
un sueño. No tenía nada que perder.
–Es muy posible que llegues a preguntarte por qué te he metido en esto.
No entenderás qué haces en un mundo tan diferente del que has vivido durante
tantos años. Sin embargo quiero pedirte que no te rindas. Y que no me odies.
–¿Por qué iba a odiarte? –Zack se había colgado el medallón. Lucía
orgulloso el medallón de oro sobre su pecho. Al observarlo durante unos
instantes se había dado cuenta de que las agujas no se movían.
La única respuesta del Visionario fue una débil sonrisa. Parecía muy
triste ante aquella posibilidad.
La habitación se desdibujó. La mesa con las tazas de té desapareció
primero junto al telescopio. El suelo de madera crujió y se hundió en el
espacio. La cúpula de cristal se hizo añicos y sus pedazos volaron en el
firmamento. Sólo quedaron los dos de nuevo, pero ahora se veían todos los
puntos luminosos del espacio. Los astros se movían a una velocidad increíble.
No. ¡Los que se movían eran ellos!
Una enorme estrella pasó al lado de los incrédulos ojos de Zack. Era
blanca y relativamente pequeña; una estrella joven.
–¿¡Qué es lo que ocurre!?
–Estamos llegando. Centra está ante
ti.
El hombre se apartó y Zack vio la
silueta de un planeta en la lejanía. Poco a poco fueron recortando la enorme
suma de años luz que debía de separarles de él, hasta el punto en que quedaron
visibles los contornos de aquel nuevo mundo. Repleto de agua y tierra, bosques
y vida. Algunos puntos parecían estar completamente desérticos, pero la general
belleza natural los disimulaba. Todo esto lo observó en un simple golpe de
vista, ya que cerró los ojos, temiendo el momento en que impactara contra la
superficie del planeta.
Estaban tan cerca…
Un golpe le hizo perder la
respiración. Sintió la sensación de que lo sumergían en un lago de aguas
heladas en pleno invierno. Su conciencia se fue apagando.
Y después…
Oscuridad.