viernes, 23 de septiembre de 2011

Capítulo 2. Tierra quemada


Capítulo 2
Tierra quemada
            Zack despertó, pero no abrió los ojos inmediatamente. En su lugar, permaneció pensando en el extraño sueño que había tenido la noche anterior. Su cuerpo estaba incluso entumecido, como si hubiera impactado realmente contra la superficie de un planeta. Sí, decididamente, aquel había sido un sueño muy raro.
            Como no escuchaba ningún ruido, supuso que era aún muy temprano y Adel no se había despertado. Sentía en su cuello el tacto frío de algo que con toda seguridad era un metal. ¿De qué podía tratarse?  
            Abrió los ojos esperando encontrarse en la calidez de su habitación. Tenía la intención de desayunar un par de tostadas con mantequilla de cacahuete; una comida suculenta para él. Su sorpresa fue mayúscula cuando observó que el techo de su habitación se había transformado en un techo azul y su cama no era más que un suelo de tierra suelta.
            Se levantó de un salto, pero sufrió un mareo y tuvo que arrodillarse, con las manos en la cabeza. ¿Qué demonios era aquel sitio?
            –Adel. ¡ADEL!
            La desértica llanura se tragó sus palabras. Se encontraba en una vasta extensión de tierra de color oscuro que llegaba hasta el horizonte. No había huellas de neumáticos ni nada que le hiciera deducir que le habían traído allí mientras dormía. Además, esa idea era un tanto estúpida.
            Se llevó las manos al cuello, ahí donde había percibido el tacto frío de un metal antes de recobrar por completo la conciencia. Cogió el medallón entre sus manos, completamente anonadado. No era posible. ¿Y si el sueño había sido cierto? Nada tenía sentido.
            En la lejanía la tierra se curvaba ilusoriamente a causa del calor. No corría ni una pizca de aire en aquel paraje desolado. Zack usó las manos como visera para atisbar algún punto de referencia en el horizonte. Muchos kilómetros más allá vio lo que parecía un pueblo. El Sol era demasiado cegador como para ver nada más. Demasiado cegador para pertenecer a la Tierra.
            Como no había ningún otro lugar al que ir y era evidente que nadie iba a recorrer aquella desértica llanura, emprendió su camino hacia las casas que le había parecido ver en el horizonte.


Las horas pesaban sobre su espalda como una losa. El Sol descargaba con furia el abrasador calor contra su espalda. Zack tenía la boca reseca y los ojos llorosos a causa de la poca humedad y la sed. Parecía que por mucho que caminara jamás alcanzaría su objetivo. Y el hecho de ir descalzo y vestido con el pijama de invierno no ayudaba demasiado. En esta ocasión sí se sintió ridículo. ¿Qué pensaría la gente cuando le vieran con ese aspecto? Sus pies le dolían como nunca lo habían hecho. Por suerte, parecía que el Sol iba a ocultarse pronto. Lo único que Zack esperaba era llegar hasta el poblado antes de que anocheciera. Si no lo conseguía podía darse por muerto, ya que no sabía qué clase de fieras podían pulular allí por la noche; y por el aspecto del pueblo, que cada vez estaba más cerca, podía asegurarse que era muy antiguo. No sabía ni siquiera si salían estrellas por la noche en aquel extraño lugar, ya que el Sol parecía diferente.
            No había ni rastro de comida o agua por el lugar. El trayecto se hizo desesperante, y Zack se vio obligado a adentrarse en sus pensamientos mientras su cuerpo caminaba automáticamente. El Visionario le había indicado que iba a empezar un gran viaje, aunque él no se lo había tomado en serio entonces. Era bastante posible que aquello no hubiera sido un sueño cualquiera. De cualquier modo, había dicho que nunca estaría solo. ¿Dónde estaba todo el mundo?
            En un determinado punto, cogió el colgante y observó el reloj. Parecía que las agujas se habían movido, pero ahora estaban paradas de nuevo. La manecilla que contenía una piedra blanca refulgía al recibir la luz del crepúsculo. La silueta de las casas se perfilaba a una media hora de distancia. A Zack le pareció ver algo raro en ellas, pero como el Sol se estaba ocultando y faltaba luz, no supo decir el qué.
            Tenía mucho sueño. Sus pies le pedían a gritos que dejara de caminar, pero estaba empezando a hacer fresco. Si no llegaba a su destino pronto, moriría por el frío de la noche. Aunque su pijama tuviese mangas largas, no era una protección demasiado buena contra las bajas temperaturas que se podían alcanzar en un desierto de noche.
            Estaba preocupado por Adel. ¿Qué podía pensar cuando viera que había desaparecido? Conociéndola, sabía que a esas horas era muy probable que hubiera intentado movilizar a todas las tropas del orden. Sin embargo, tenían que pasar 24 horas para denunciar una desaparición. Y era evidente que nadie iba a encontrarle…
            El pueblo estaba a tan solo unos pasos. Zack tenía la vista borrosa y la luz se había esfumado ya en su mayor parte. Sentía la frente ardiendo. Era evidente que tenía fiebre. Su cuerpo se movía como el de un autómata.
            Finalmente, puso los pies en las calles de aquel pueblo. Sus pies le fallaron cuando se detuvo, y cayó al suelo. Tenía todo el cuerpo perlado de sudor. Iba a desmayarse de un momento a otro. Parecía una ciudad fantasma. No había nadie caminando por las calles, y las luces de las casas estaban apagadas.
            Su agitada respiración resonaba por aquel desértico lugar. Cerró los ojos, abrazando anticipadamente a la muerte. Entre sus delirios, le pareció escuchar el relinchar de un caballo y, mucho más tarde, unas voces que sonaban desesperadas.


¿Crees que despertará pronto? No podemos continuar mientras lo cuidamos. Y se nos están acabando las provisiones.
            –Lo sé. Pero, ¿qué otra idea sugieres? ¿Abandonarlo en mitad de este lugar maldito? Tiene fiebre.
            –Tú sabes más de medicina que yo. ¿Has averiguado lo que le pasa?
            –Ha sufrido una insolación. Parece que lleva todo el día caminando. Y, por su aspecto, no parece demasiado acostumbrado a hacer grandes esfuerzos físicos.
            –Eso es cierto. Lo que me pregunto es qué puede estar haciendo aquí solo y sin ninguna clase de víveres. Es un suicidio.
            –A lo mejor no tiene ningún otro lugar al que ir.
            Los sentidos de Zack se fueron aclarando poco a poco. No podía abrir los ojos, pero comenzó a escuchar matices en las voces de los hablantes.
            –¿Crees que será otro viajero? –preguntó lo que podía ser un chico de unos veinte años. Por su tono, parecía interesado en la situación.
            –O es eso o es un suicida. ¿Y si le han atacado las Anomalías? –comentó una joven.
            –Eso es lo más probable. Como no se acercan aquí, es posible que se acercara a este lugar aun sabiendo que tenía pocas probabilidades de salir vivo. Es mejor a ser asesinado por esos monstruos –escupió el chico con odio. A Zack le fastidiaba que hablaran de él elaborando una historia de lo que podía haber ocurrido cuando lo que había pasado en realidad era imposible de deducir.
            Hubo una pausa en la conversación. Escuchó unos pasos y a continuación el sonido del roce de una tela.
            –Deberíamos comer algo. Cuando se despierte le daremos algo a él también.
            –¿Y si nos quedamos sin comida? –alegó el joven. Tras unos segundos, pareció cambiar de idea–. Perdóname chico, estoy siendo un tanto egoísta. –A pesar de que creía que Zack no podía escucharle no pudo evitar decir algo así–. Podemos recolectar cuando lleguemos al bosque.
            –Sí. La última vez que actué ganamos bastantes preseas. Las cosas andan mal en los pueblos; debemos aprovechar para abastecernos antes de que cunda el caos.
            Los dos permanecieron en silencio un buen rato. Un tiempo durante el cual Zack recuperó fuerzas. Consiguió mover levemente los dedos de las manos, aunque nadie lo advirtió. Después, abrió los ojos y se sentó despacio. Le hervía la cabeza. Sentía el estómago revuelto.
Se encontraba apoyado sobre una gran piedra que parecía ser parte de una construcción en ruinas. Era completamente de noche. Había una fogata en el centro de una pequeña plaza, alrededor de la cual había un chico y una chica que le miraron cuando lo vieron moverse. El sofocante calor del día había dejado paso a un frío helador.
            –¡Has despertado! –exclamó la joven mientras se ponía en pie rápidamente. La visión de Zack seguía un poco borrosa, por lo que no pudo percibir sus rasgos con exactitud–. Nos tenías preocupados. ¿En qué estabas pensando viniendo hasta aquí sin prepararte antes?
            La simpatía de la chica le hizo sentir mucho mejor. Hablaba como si se conocieran de toda la vida, sin un solo signo que revelara el más mínimo vestigio de vergüenza. Zack se levantó, pero tuvo que volver a sentarse.
            –¿Te encuentras bien?
            –A…agua. –Aquello fue todo lo que salió de sus labios.
            –Sí, no te preocupes. Devon, pásame la cantimplora.
            El susodicho Devon buscó algo en el interior de una especie de mochila de gran tamaño y se situó frente a ellos con lo que parecía una calabaza ahuecada. Zack la cogió y dio un pequeño sorbo; pero después comenzó a beber como si le fueran a arrebatar la campestre botella en cualquier momento.
            –Tranquilo, tranquilo. Es peligroso beber tan rápidamente tras una insolación. Qué bien, parece que no ha sido demasiado grave. Tan solo estabas cansado.
            Zack le hizo caso a la chica y ralentizó el ritmo. Cuando hubo saciado su sed, les devolvió la calabaza, sintiéndose mucho mejor.
            –Te hemos salvado –indicó el tal Devon–. Así que parece que nos debes al menos una historia.
            Zack lo miró sin entender del todo lo que quería decir.
            –¡Oh, no seas así! Acaba de despertar, déjale un poco de tiempo para que se espabile, al menos. Vamos al fuego, hace frío por aquí.
            Al cabo de un minuto estaban los tres sentados alrededor de la hoguera. Devon y la chica estaban a un lado, y Zack, al otro. No dejaba de mirar a su alrededor ahora que se encontraba en mejor estado. Se dio cuenta por primera vez de que aquel poblado estaba ruinas. También vio que aquel no era un pueblo cualquiera. Eran las ruinas de una antigua metrópolis. Si se concentraba aún podía ver la majestuosa ciudad en el pasado. Altos edificios interconectados, parques, fuentes, plazas… Todo conservaba el aire solemne que sin duda había tenido en su pasado, pero los edificios se habían desplomado, llenando de piedras las calles. El agua había dejado de manar por las fuentes, y las plazas habían quedado vacías y oscuras…
            Un denso manto de estrellas cubría el firmamento. Mirara a donde mirara, Zack siempre encontraba curiosas figuras que componían constelaciones parecidas a las que se veían en la Tierra. Aún no había salido la Luna –si es que había una Luna en aquel extraño lugar–. Era el momento de preguntar y obtener respuestas, se dijo. Pero las personas que lo habían salvado también estaban ansiosas por preguntar, por lo que decidió explicarles primero su historia.
            –Supongo que queréis saber cómo he llegado hasta aquí. Es una historia un poco larga que no comprendo. Espero que vosotros arrojéis un poco de luz sobre este asunto. –Los dos lo observaron con una extraña mezcla de curiosidad y duda–. Lo cierto es que me desperté en la mitad de este desierto. La noche anterior había tenido un sueño muy extraño. Había un hombre que me dijo algo sobre un viaje.
            –¿Un viaje? –preguntaron los dos jóvenes al unísono. Se miraron durante un instante y después volvieron a clavar la vista en Zack.
            –Sí. Y también me contó que mi cuerpo se estaba transportando hacia un lugar. Creo que dijo que se llamaba… ¿Centra? ¿Es Centra este desierto?
            Los dos volvieron a mirarse como si se hubiera vuelto loco.
            –Es posible que el golpe de calor te haya afectado más de lo que creíamos… –indicó Devon.
            –¿Por qué? ¿Qué es lo que ocurre? –inquirió Zack.
            –Centra es… digamos… el nombre de nuestro planeta –terminó la chica.
            Un silencio incrédulo se extendió por aquella ciudad colmada de muerte y destrucción. Un silencio roto por la sorpresa de Zack.
            –¿¡Que es qué!? –gritó, perdiendo el control por primera vez. La cabeza le seguía doliendo, y le resultaba un tanto difícil asimilar la información.
            Nadie respondió. Zack sabía que los otros dos estaban deliberando mentalmente entre qué creer por su reacción, pero aquello no le importó demasiado. No después de  pensar que acababan de decirle que estaba en OTRO PLANETA.
            El fuego crepitaba y su rojiza luz proyectaba curiosas sombras en la cara de los tres. Zack tenía la vista clavada en el suelo. Las palabras resonaban en su cabeza.
«Es el nombre de nuestro planeta».
–Pero… eso no es posible –exclamó al fin–. No puedo estar en otro planeta.
–¿Cómo que en otro planeta? Estás loco –escupió Devon. Zack se había dado cuenta de que lo miraba de forma extraña desde hacía rato. Como… si lo estuviera evaluando.
–¡No estoy loco! Mi planeta ES la Tierra –susurró enfatizando cada sílaba.
Sus palabras tuvieron un efecto extraño en los desconocidos. Se miraron –por enésima vez–, pero de una forma distinta a las anteriores. Parecía que había dicho algo que los había sorprendido de verdad.
–Tal vez estés diciendo la verdad –cedió la chica. ¿Qué había dicho para convencerlos tan rápidamente?–. Podemos… ¿podemos hablar un momento en privado?
Zack asintió dubitativo. Todo era tan extraño… Devon y la joven –que todavía no había desvelado su nombre– se dirigieron a una esquina de la plaza. Comenzaron a discutir en voz baja pero acaloradamente. Escuchó la palabra “Tierra”, “acompañar” y “sueños” varias veces, pero no logró comprender nada más entre sus gruñidos.
Volvieron junto al fuego al cabo de unos minutos. Se sentaron con elegancia en el suelo. Fue entonces cuando Zack se fijó por primera vez en el aspecto de los dos.
La joven era esbelta y no demasiado alta. Su pelo castaño le caía en cascada hasta un poco más debajo de los hombros. Sus ojos de color miel tenían un aspecto fiero a la luz de las llamas. Era guapísima. Vestía una ropa tan extraña que a Zack le costó apartar la mirada de ella. Pensándolo bien, la vestimenta que él llevaba sería más que ridícula para ellos. Devon, por su parte, tenía el pelo completamente negro y liso, con flequillo. Sus ojos celestes contrastaban con sus cabellos. Sus brazos eran gruesos y fuertes, al igual que su cuerpo en general. Zack tuvo que reconocer con disgusto que también parecía guapo. Tal vez estuvieran saliendo.
–Has dicho que vienes de la Tierra y que jamás has pisado Centra, ¿verdad?
–Eso creo. Todo es muy raro.
–No te preocupes. Te creemos. Y, si no tienes adonde ir… ¿Te gustaría viajar con nosotros? – La oferta quedó suspendida en el aire durante unos segundos. A la chica pareció costarle decir aquellas palabras. Sonaron un tanto forzadas; por primera vez Zack percibió un atisbo de vergüenza en sus palabras. Lo cual era normal, teniendo en cuenta que le estaba ofreciendo a un completo desconocido vivir con ellos.
«Nunca estarás solo». ¿Se refería a eso el Visionario? También había dicho que estaba a punto de comenzar un gran camino para él. Sin embargo, la oferta le había sorprendido de sobremanera. Apenas le conocían y ya le habían propuesto ir con ellos. Tal vez…
–¿Adónde viajáis? –preguntó Zack mientras sopesaba a toda velocidad la oferta en el interior de su mente. Según parecía, estaba en otro mundo, lo cual aún le parecía increíble. Además, no conocía a nadie allí. No tenía otra opción. ¿Qué habrían hecho James o Elisa en su lugar?
–Puede que te suene un poco raro. –Devon permanecía en un segundo plano mientras la chica hablaba. Él seguía mirándolo de arriba abajo–. Pero no te rías, por favor. Vamos a Utopía.
¿Utopía? Bonito nombre. Sin embargo, una utopía era un lugar ideal, inalcanzable. Una especie de paraíso.
–No sé por qué debería reírme. Sin embargo, no entiendo qué clase de sitio es ese… una utopía.
–No es una utopía. Es Utopía –aseveró Devon, entrando en la conversación–. Es un lugar mítico que jamás nadie ha pisado. Si realmente no conoces esta leyenda, es más probable que digas la verdad. ¡Es la leyenda más famosa de Centra! Se trata de una ciudad, como esta lo fue antaño. Una de las tres… cuatro Esquinas. Muchas personas han partido en su busca, pero se encuentra en el vasto Norte, donde jamás cesan las tormentas de nieve.
–Oh –fue todo lo que salió de los labios de Zack. Le había sorprendido aquello. Una ciudad mágica… Se recompuso rápidamente y preguntó–: Entonces estáis persiguiendo un lugar que no sabéis si existe.
Ambos se sentaron. Pareció no sentarles muy bien lo que acababa de preguntar. La cara de la chica se oscureció, y Devon mantuvo la mirada perdida entre las llamas. Zack, preocupado por haber dicho algo indebido, sacó el medallón de su pecho y se lo mostró para hacer desaparecer el incómodo silencio.
–¿Sabéis qué es esto? Me lo dio el hombre que apareció en mis sueños.
Devon y la chica contemplaron el reloj a la luz del fuego. Lo cogieron y observaron minuciosamente, examinando cada detalle de aquella diminuta obra de ingeniería. Susurraron unas palabras con entonación interrogativa, y se lo devolvieron a su portador sin sacar nada en claro.
–¿Sabes cómo se utiliza?
–No. El Visionario me dijo que debía aprender a usarlo por mi cuenta.
Aquellas palabras tenían algo que hicieron que la mano de la chica chocara minúsculamente con la de Devon. Era un gesto que se le habría pasado por alto a la mayoría de las personas, pero no a Zack. Le escondían algo. Aunque pensándolo bien, aquello era normal, ya que por ahora eran desconocidos.
–Todavía no nos hemos presentado formalmente –recordó la joven–. Él es Devon, y yo, Ela.
–Yo soy Zack –indicó con una sonrisa.
Permanecieron al abrigo del fuego un rato más. Ela le pasó a Zack lo que parecía ser una fruta de medianas proporciones. Tenía un color rosado, y cuando reunió las fuerzas para atreverse a darle un bocado, descubrió que tenía un sabor dulce y contenía mucha agua. Le recordó a una pequeña sandía, y se encontró a sí mismo comiendo sin pausa hasta que terminó la fruta.
–¡Es delicioso! ¿Cómo se llama?
–Es un Oilisua. –Al ver la expresión atormentada de Zack ante un nombre tan largo, esbozó una débil sonrisa–. Un Oili, para abreviar.
–Creo que estoy aprendiendo demasiadas cosas en un solo día. Aún me duele un poco la cabeza. Me gustaría preguntaros algo. ¿Qué es esta ciudad?
–Esto son las ruinas de la ciudad más famosa de Centra. Es el punto central del planeta, donde coincide la energía de las tres… o cuatro Esquinas. –Zack se apuntó otro nombre a la lista de preguntas–. La gente que no vive en tribus o pueblos vivía en las ciudades de las tres esquinas o en esta ciudad. Pero, por un motivo que nadie conoce, las tres Esquinas fueron desapareciendo una a una, convirtiendo su esplendor en ruina y angustia, y llevándose con ellas las vidas de las personas que habitaban los lugares. Al verse con el único sustento de la última Esquina, Utopía, esta ciudad se desplomó por igual.
»Desde entonces, estos lugares han permanecido inhabitables incluso por las Anomalías, y considerados malditos por la mayoría de las tribus.
Devon terminó su discurso. Era sorprendente que hubiera contado toda aquella historia teniendo en cuenta que era el que menos hablaba. Sin embargo, había quedado con más dudas que antes.
¿Qué eran las tribus? ¿Y las Anomalías? A Zack se le estaban acabando las ganas de preguntar. Estaba muy cansado; la cabeza le daba vueltas y vueltas.
–Es muy tarde –indicó Ela–. Si queremos partir mañana temprano será mejor que durmamos ya. Además, no tienes muy buen aspecto.
–Sí, creo que no me vendría nada mal descansar un poco.
Ela y Devon rebuscaron en las grandes mochilas que habían depositado en un extremo de la plaza y sacaron un par de sacos de dormir con aspecto rústico. Zack maldijo para sus adentros. ¿Iba a pasar la noche muerto de frío?
Devon se le acercó. Al menos ya había dejado de mirarle de aquel modo tan incómodo. Zack se preguntó qué quería decirle, pero era muy probable que fuera algo desagradable.
–Cógelo –le pidió Devon, mientras le tendía el saco de dormir.
–Gra… gracias –susurró, sin saber qué pensar–. Pero… –Demasiado tarde, Devon ya se había dado la vuelta y se estaba ocupando de apagar el fuego.
            –¡Oye, Zack! Qué nombre tan raro… Al final no me has respondido. ¿Vendrás con nosotros?
            El aludido lo meditó durante unos instantes. Ir a una ciudad legendaria en el vasto Norte con un par de desconocidos y sin medios de transporte. No se imaginaba nada mejor… Sin embargo, le gustó la idea. Pero aún le satisfacía más la simpatía de Ela.
            –Creo… –articuló Zack, esbozando la mejor de sus sonrisas–. Creo que es la mejor propuesta que me han hecho en mucho tiempo. Y la acepto encantado.
            Más tarde, observaba las estrellas desde su caliente saco de dormir. Se sentía un poco culpable, ya que su verdadero propietario estaba durmiendo sobre una gran piedra, sin nada para cubrirse. Pero el sentimiento era mínimo, ya que su mente vagaba a millones de años luz de allí, en la Tierra. Pensó en Adel, en Elisabeth y en James. ¿Qué pensarían ante su desaparición? Era posible que todo fuera un sueño. Un extraño sueño, sin duda.
            Cerró los ojos lentamente. Siempre le había gustado Elisa, con aquella risa tan especial que a él le encantaba y su cálida mirada. Nunca se lo había dicho, por supuesto, pero esos eran sus sentimientos.
            Pensó en las clases de instituto que iba a perder. Era su último curso antes de acceder a la universidad, y aquello sin duda iba a repercutir en sus notas… si es que algún día las veía, por supuesto.
            El Visionario… la figura misteriosa que lo había llevado hasta aquel lugar. Necesitaba un poco más de su sabiduría para resolver aquel entuerto.
            Fue plácidamente sumiéndose en los brazos del sueño, preguntándose si lo vería todo con otros ojos a la mañana siguiente.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Capítulo 1: El observador estelar

Capítulo 1
El observador estelar


Zack dejó el ordenador y se dirigió a la cocina. Adel iba a llegar tarde, por lo que le correspondía a él el honor de prepararse la cena. Ella le había enseñado todo lo necesario para hacer una comida en condiciones debido a que a veces tenía que ausentarse por trabajo.
            Aunque tenían bastante dinero, vivían los dos en una casa modesta de un pueblecito de Inglaterra situado a media hora de Liverpool. Era evidente que ambos provenían de otro lugar, tanto por su piel bronceada como por sus pelos y ojos. Desgraciadamente, también era evidente que no eran familiares; no se parecían en nada. Mientras que el pelo de Zack era castaño, el de Adel era rojo como el fuego. Los ojos del joven eran de color negro. Su mirada poseía la fuerza de alguien que ha crecido demasiado pronto. Los ojos de su madre adoptiva eran de color verde oscuro, relucientes cual par de esmeraldas.
            Echó el aceite en la sartén y esperó a que se calentara. Cuando estuvo listo puso un filete de pollo al fuego  y esperó pacientemente a que se cocinara, escuchando el rítmico tik tok del reloj. Atrapado en el incansable avance de las agujas del reloj, dejó vagar su mente, lejos, muy lejos…
            ¿Era cierto lo que Adel le había contado? Que simplemente se lo había encontrado en la puerta de su casa un día. ¿Cómo podía alguien hacer algo así? ¿Por qué le habían… abandonado?
            Le dio la vuelta al filete como un autómata. A diferencia de la mayoría de los ingleses, ellos usaban aceite en lugar de mantequilla para cocinar. Tenían mucho dinero gracias a los ingresos de Adel por su famoso libro, Energía Oscura. Lo había escrito el mismo año que ella le había encontrado en la puerta y se hizo cargo de él. Adel era una verdadera madre para Zack. No quería conocer a sus padres biológicos, no después de la atrocidad que hicieron. Como Adel no tenía ninguna familia, los dos habían vivido solos en el mundo durante aquellos diecisiete años. Tenía unos pocos amigos íntimos. A él no le gustaba conocer a gente nueva, sino trabar complicidad con quienes ya conocía. Elisa y James eran sus dos mejores amigos, una compañía de valor incalculable. Elisa era guapa, muy guapa. Sus rizos dorados y sus ojos azules eran para él un verdadero imán.
            El humo impregnaba la habitación. Únicamente salió de su ensimismamiento por el horrible olor a quemado. ¡Había dejado el filete demasiado tiempo en el fuego!
            Cogió la sartén rápidamente y la apartó de la vitrocerámica, pero le saltó un poco de aceite a la mano.
            –¡Mierda! –gritó mientras abría las ventanas. Después puso la mano izquierda bajo el gran chorro de agua fría proveniente del fregadero. Era zurdo.
            La puerta de entrada se abrió. Genial, Adel estaba en casa. Iba a encontrarse un gran estropicio…
            –¡Ya estoy aquí! Que suerte, la firma de libros ha terminado antes de lo previsto. ¿Qué tal ha ido…? –se interrumpió al ver el estropicio que se había creado en la cocina. La sartén había caído al suelo y esparcido el aceite. El filete estaba sobre los azulejos–. Zack, ¿estás bien?
            –Sí, es sólo que me he distraído un poco y se ha quemado la comida. No te preocupes, yo lo recojo todo.
            –¿Te has hecho daño? –preguntó preocupada al verle inclinado en el fregadero. Se acercó esquivando el charco de aceite con un gran salto del que pocas personas podrían ejecutar y se plantó junto a él. Cuando le vio la quemadura su expresión cambió.
            Le había caído una buena cantidad de aceite, aunque no era nada grave. Pero dolía bastante. Zack no pudo evitar bajar la mirada hasta el brazo derecho de Adel, donde portaba una gran cicatriz producida por una quemadura que se extendía casi hasta el hombro. Por un instante se preguntó de forma infantil si se le quedaría aquella cicatriz. No, por supuesto que no.
            –Vamos a curarte eso –le dijo mientras desaparecía ágilmente de la habitación. Volvió con una pomada y una venda. Tras apartar la mano del agua le aplicó el ungüento con cuidado de no hacerle daño, y procedió a vendarle la mano–. No te preocupes, no es nada. Aunque será mejor que vayas con más cuidado.
            Le sonrió y fue a por una fregona. Zack se quedó allí plantado, sin saber qué hacer. La mano le escocía bastante. Recogió su comida y la tiró a la papelera. Cuando su madre volvió con su arma de limpieza entre las manos, él insistió repetidamente que quería limpiarlo. Ella finalmente cedió y se fue al salón, no sin antes decirle que la llamara si necesitaba cualquier cosa.
            Demasiado joven, pensó Zack mientras ella se alejaba. Demasiado joven para pasar por su madre. Tenía apenas treinta y siete años, y aparentaba mucho menos. Su piel curtida y bronceada, y su jovial mirada la hacían parecer incluso más joven.
            Cuando se perdió en el pasillo Zack volvió a su labor y fregó el suelo notando las punzadas que le daba la mano izquierda cada vez que aferraba el mango. Sin embargo, no quería pedir ayuda. No quería sentirse inútil.
            Estuvo unos diez minutos en la cocina. El humo se disipó mientras el fregaba, y parecía que nada había ocurrido allí. Salió cansado de la habitación. No había comido nada, aunque lo cierto era que se había quedado sin hambre. Adel le saludó, recostada en uno de los cómodos sofás del salón. Era la mejor parte de la casa. Allí se apreciaba el verdadero poder financiero del que disponían. Había una gran televisión de plasma en una librería de madera que cubría por completo una de las cuatro paredes. El televisor estaba rodeado de una infinidad de libros de todas clases; aunque los que más abundaban era de fantasía. A ambos les encantaba e incluso charlaban respecto a los personajes y el argumento de las obras.
            –Me voy a la cama –susurró él–. Estoy un poco cansado.
            –De acuerdo. Aunque es un poco temprano, ¿no? –Cerró el enorme libro que estaba leyendo. El Libro Mágico, como a Zack tanto le gustaba llamarlo. Aunque Adel era por lo general relativamente permisiva, nunca le había dejado ver qué había tras aquella gruesa cubierta de cuero incrustada de lo que parecían piedras preciosas. El brazo quemado de ella descansaba sobre el libro. Era una suerte que su mano no hubiera resultado dañada por el incendio del que jamás había hablado.
            Zack no le preguntaba demasiado sobre su pasado, porque eso le recordaba a que lo habían abandonado. De cualquier modo, no estaba seguro sobre si ella le habría respondido a sus preguntas. Parecía muy cerrada en torno a su vida anterior.
            –Lo sé, pero no me encuentro muy bien. Buenas noches. –Se encaminó hacia su habitación sin decir nada más y sin advertir la preocupada mirada de Adel. Elisa y James le habían hablado por el Messenger en su ausencia. Se había olvidado de cerrarlo.
            Sin fuerzas para hacer nada, se desplomó en la cama, pensando en qué había hecho para estar tan cansado.
            Cerró los ojos lentamente. Antes de caer completamente dormido pasaron miles de imágenes por sus párpados cerrados. Un libro incrustado con joyas, un incendio y un caballo desbocado.


El vacío se expandía en todas las direcciones hasta llegar al infinito. Zack se encontraba flotando en algún lugar de la nada. No sabía cómo desplazarse, ya que no disponía de ningún punto de apoyo. Además, moverse tampoco iba a servir de mucho. No había ningún lugar al que ir.
            Se preguntó si estaba soñando. Era evidente que sí. ¿Dónde estaba si no? Podía escuchar su propia respiración. Sus ojos oscuros escrutaron los alrededores. Era imposible… ¡Todo estaba realmente vacío! Su vista se perdía en un color que no era blanco ni negro.
En algún lugar vio un edificio. Una majestuosa construcción que le había pasado desapercibido hasta entonces, o que acababa de aparecer. Un espléndido y mágico observatorio.
            Zack notó que una nueva gravedad lo empujaba hacia abajo. Cerró los ojos, pensando en que iba a hundirse eternamente. Había perdido la oportunidad de alcanzar el misterioso observatorio.
            Sus pies se posaron sobre algo firme. Abrió los ojos y vio con sorpresa que se encontraba sobre una roca plana y negra que no estaba apoyada en ningún lugar. Sin embargo, soportaba su peso sin dar ningún signo de debilidad. ¿De dónde había salido?
            Ahora estaba sobre sus dos piernas, pero el edificio quedaba a un desnivel de unos veinte metros de altura y distancia. No había nada que pudiera hacer, pensó con pesimismo.
            Como si hubiera leído sus pensamientos y quisiera empeorar la situación, la piedra comenzó a temblar. Zack saltó como un acto reflejo. Y cuando esperaba volver a caer y caer… sus pies se posaron sobre otra laja. Tal vez aquellas rocas aparecían cuando las necesitaba. Dio un paso y se adentró en el vacío. Pero sus pies encontraron un nuevo punto de apoyo. Sonriendo satisfecho, miró al edificio. Podía conseguirlo.
            Aquel ambiente parecía actuar en torno a su estado anímico, ya que apareció un camino de lajas de color oscuro que ascendían en línea recta hasta parar en la puerta del observatorio. Zack se acercó a él, observando cada vez más detalles en su estructura. Era una construcción con forma circular, aunque las puertas se encontraban en una zona rectangular que sobresalía de la distribución original. Sus paredes eran de un material blanco muy brillante, y ascendían en posición vertical unos diez metros. A esa altura, las pulcras láminas dejaban paso a una cúpula enorme hecha de lo que parecía cristal. De un orificio en el cristal sobresalía lo que parecía a todas luces un telescopio de proporciones colosales. Debía de ser carísimo.
            Zack continuó ascendiendo hasta llegar a las puertas. Se abrieron de forma automática cuando se acercó a ellas. El interior estaba iluminado por una gran lámpara de araña de color bronce. La habitación era espaciosa, y había sido decorada con gran profusión. El techo estaba a una gran altura. De él colgaban gruesas tiras de terciopelo verde con grabados dorados que representaban en su mayoría escenas de astronomía. Reconoció en uno de ellos el Sistema Solar. En el extremo inferior de la tela, que colgaba a un par de metros de altura, había letras que resultaron irreconocibles para Zack. Parecían una fusión entre los kanji orientales y las letras griegas. Parecían querer representar algo sin necesidad de conocer el idioma en el que estaban escritas, pero a Zack se le escapaba su significado.
            El centro de la sala estaba libre de tela. La lámpara que otorgaba luz a toda la estancia colgaba del techo gracias a una fina cadena de metal. Estaba decorada en sus extremos con joyas de todos los colores; pero destacaba la presencia de piedrecitas negras, probablemente ónix. El suelo de la habitación estaba hecho de un material suave y cálido. Cuando se dio cuenta de que estaba descalzo, descubrió también que llevaba puesto el pijama. ¿Y si se encontraba con alguien? Se sintió aún más avergonzado cuando recordó que aquello no era más que un sueño, por lo que aquello no importaba.
            Había una puerta al fondo de la habitación. Se acercó a ella apartando torpemente las tiras de terciopelo que caían hasta su altura. Se situó ante aquel conector con lo desconocido. Si no se equivocaba, tras la madera debería estar la sala de observación. Las abismales diferencias entre aquella puerta y la anterior marcaban la indudable presencia del mundo onírico en aquel lugar.
            Zack apoyó la mano en el pomo. Estaba formado por la misma piedra negra que decoraba la lámpara. Respiró una, dos veces, y pasó al otro lado.


–Qué bien que ya estés aquí.
            La sonrisa del hombre era más que amistosa. Era la clase de sonrisa que un padre le dirigiría a un hijo que acaba de volver de un largo viaje. ¿Quién era aquel tipo?
            Zack se encontraba al otro lado de la puerta, y todo era bien diferente a lo que había esperado. El suelo era de madera pulida. Parecía quemada en algunas zonas, ya que su tono claro era sustituido en algunos puntos por un color que se aproximaba bastante al negro. Las paredes eran del mismo material blanco que había visto desde el camino de piedras. La habitación era completamente circular y la elaborada cúpula de cristal constituía el techo. A través de ella Zack vio una innumerable cantidad de astros lejanos que se movían a una velocidad relativamente rápida. Cada uno poseía un color que lo diferenciaba de los demás. Constantemente desaparecían motas de luz ocultándose tras el extremo derecho de la cúpula para dejar paso a otros planetas nuevos.
            En el centro de la habitación, el magnífico y colosal telescopio blanco –que parecía ser del mismo material que las paredes– enfocaba a un punto indeterminado del firmamento. La nada se había transformado. Había cobrado vida. Me encontraba en algún punto del vasto universo.
            A un lado de la sala había una mesa de madera cubierta por un mantel de colores chillones. Todo lo que había en la habitación desentonaba y llamaba la atención por su contraste con el resto del mobiliario. Dos sillas coronaban cada uno de los extremos de la mesa, sobre la cual había un delicado juego de té. No, no había un juego de té. Parecía que alguien había cogido una pieza de cada vajilla y las había juntado. El hombre que había hablado estaba de pie tras una de las sillas, con las manos apoyadas en su respaldo. Se sentó tan pronto como el joven entró.
            –¿Un poco de té? –preguntó amablemente mientras cogía la tetera y dejaba caer un pequeño chorro de líquido parduzco sobre una de las tazas de porcelana. Zack sintió el impulso de querer beber un poco. Pero pensándolo mejor, no conocía de nada a aquel tipo.
            El pelo del hombre le caía liso hasta los hombros. Era oscuro como la pez, al igual que sus ojos. Su piel era pálida y tersa; era bastante fuerte. Era mayor que Zack, aunque él no pudo definir la edad que tenía. Era un ser atemporal. Su mirada, aunque simpática y abierta, parecía saber mucho más de lo que cualquier persona habría imaginado jamás. Sus movimientos eran delicados como el fluir del agua.
            –Pero… ¿Quién es usted?
            Una risa amable salió de sus labios. A Zack le recordó al viento en las praderas, al frío de las montañas y a la calidez del fuego en invierno. Todo al mismo tiempo.
            El desconocido tenía ante sí a un joven de unos diecisiete años, bastante delgado, con el pelo castaño y los ojos negros. Parecía un tanto asustado.
            –Yo… soy nada, pero a la vez lo he creado todo. Soy una parte de algo incompleto, una simple proyección.
            Zack no había entendido absolutamente nada. Se acercó unos pasos por pura inercia; el sujeto ejercía un poder de atracción parecido a la gravedad que no se le pasó por alto.
            –¿Qué quiere decir? –el joven sintió la necesidad de hablar de forma educada.
            –Por favor, nada de formalidades. ¿Quieres una taza de té? –preguntó de nuevo. Interpretó el gesto incómodo de Zack como un “sí”, y comenzó a verter el líquido que guardaba la tetera.
            –De acuerdo –susurró ante la taza humeante. Se acercó a la mesa, dubitativo, sin saber qué decir.
            –Me alegra mucho que hayas llegado. Eso significa que el viaje podrá comenzar para ti al fin.
            –¿Vi…aje?
            –Hay muchas cosas de las que hablar, pero no disponemos de demasiado tiempo. Cómo me gustaría poder compartir más tiempo con vosotros. ¿He de suponer que Adel no te ha hablado sobre Centra?
            El rostro de Zack era el libro abierto con las letras más grandes que nadie había visto jamás. Todo en él dejaba entrever su confusión. Movía sus frágiles brazos de un lado a otro, sin saber donde apoyarlos. Sus ojos barrían la habitación sin cesar, intentando conseguir alguna pista que le arrojara un poco de luz al asunto.
            –No te preocupes. Respecto a tu pregunta anterior, puedes llamarme Visionario. Aunque, como no soy nadie, no tengo un nombre real.
            –¿Qué quieres decir con eso? ¿Eres un producto de mi mente? La verdad es que nunca había soñado nada así.
            –Me temo que no lo soy. Es otra mente la que me ha creado. Debido a que sólo soy una parte de otro ser, el único modo de presentarme ante ti es mediante los sueños.
            Zack no sabía qué pensar. Estaba soñando, eso lo sabía. Pero, por otro lado, jamás se había sentido así durante un sueño. Parecía que realmente estuviera en aquel lugar.
            –Será mejor que me siente. –Zack depositó su peso sobre la silla de madera. Su taza de té le esperaba, pero todavía parecía estar demasiado caliente–. ¿Puede explicarme un poco de qué va esto?
            El hombre no pareció sorprendido por su reacción. Se levantó y comenzó a caminar pensativamente por la sala. Al cabo de un largo minuto, comenzó a hablar.
            –Vas a comenzar un largo viaje. Tal vez te parezca un enorme sinsentido, pero no es así. Todo tiene una explicación lógica, pero de momento no puedo proporcionártela. No me creerías. Además, hay cosas que es preferible que las descubras por ti mismo. –El Visionario se detuvo ante una estantería llena de libros. La mayoría parecían ajados por el uso; aunque sus cubiertas permanecían legibles–. Encontrarás… muchas personas durante tu camino al norte; nunca estarás completamente solo.
            –Pero, ¿dónde quiere que vaya? –Sin darse cuenta, Zack volvía a hablarle de usted. Era inevitable en una persona que imponía tanto respeto.
            Las manos del Visionario se cerraron sobre un tomo lleno de polvo. Sopló un poco sobre la cubierta, revelando un título escrito en letras doradas. Energía oscura. Había una especie de cadena dorada enrollada a su contorno, pero desde aquella distancia Zack no podía estar muy seguro. Cogió su taza de té. Dio un pequeño sorbo y…
            La taza voló por los aires hasta estrellarse con el suelo. Quemaba demasiado y se le había resbalado de las manos. La había vuelto a fastidiar, como siempre hacía. Por suerte, el hombre no parecía enfadado, sino sorprendido y un tanto preocupado a juzgar por la expresión que habían adquirido sus cejas negras.
            –Se te ha caído.
            –Lo siento, lo…
            –¡No! No pasa nada –chasqueó sus dedos y el estropicio desapareció en un instante. Como si alguien hubiera pulsado el botón de marcha atrás en un mando invisible, el líquido derramado volvió al interior de la taza que se reconstruía rápidamente. Unos segundos después parecía que nada había ocurrido.
            –¿Era necesario eso? –preguntó Zack, refiriéndose a sus dedos.
            –No, sólo era para añadirle dramatismo –bromeó el hombre enseñando una sonrisa. Su expresión volvió a ser de preocupación un instante después–. ¿Cómo es posible que se haya caído? Quiero decir que esto es un sueño. Tu cuerpo físico se está trasladando en este momento, pero no está aquí. ¿Es que te has quemado?
            –Sí –respondió escuetamente.
            –Pero eso es imposible que te haya hecho daño. Todo esto es una ilusión. Simplemente es la proyección que han adoptado mis pensamientos. No importa, es demasiado complicado.
            Zack permaneció pensativo durante unos instantes.
            –Me gustan las cosas complicadas. No soy gran cosa, pero al menos me considero un poco inteligente.
            El Visionario sonrió. Le gustó lo que acababa de decirle. Demostraba que aún tenía un poco de autoestima. Se acercó con el libro entre su mano derecha y lo depositó sobre la mesa. Quitó el nudo que unía la cadena a la obra y asió el medallón en su mano derecha.
            –No eres su primer usuario. Y espero que tú tengas tanta suerte como ella.
            –¿Qué quiere decir? ¿Es para mí? –Zack acostumbraba a preguntar varias veces sin esperar a que la anterior pregunta quedara respondida. Algunas personas como James encontraban aquello un tanto irritante, pero al Visionario no parecía importarle. La sonrisa había vuelto a su rostro y era más cálida que antes si cabe. Su expresión le hizo recordar a Zack que realmente se comportaba como si fuera su padre. ¿Trataría así a todo el mundo?
            –Es todo tuyo. Con una condición. Deberás aprender a utilizarlo.
            Había una especie de reloj colgando de la cadena de oro. Tenía tres agujas. Una de ellas, la más larga y delgada, tenía un intrincado contorno en su punta, y era de color negro. La segunda era la más gruesa. Se transformaba en una cruz al finalizar. La última tenía una joya blanca incrustada que refulgía como el Sol de la mañana. Las horas estaban escritas con números romanos. Zack no podía apartar la mirada de aquel encantador objeto. Cuando el hombre lo depositó sobre su palma, el joven no podía comprender cómo había llegado hasta él algo tan valioso. Parecía muy importante.
            –¿Dónde lo conseguiste? ¿Cómo funciona? –preguntó sin apartar la vista del colgante.
            –Respecto a tu primera pregunta, lo creé yo con la ayuda de un amigo. Y respondiendo a la segunda; ya te he dicho que tendrás que aprender a utilizarlo.
            –Muchas… ¡Muchas gracias! Pero usted dijo que… dijo que esto es una ilusión, y que no existe realmente.
            –Lo que nos rodea es una proyección, sí. Pero ese reloj es real. Yo no puedo entregártelo ya que no poseo un cuerpo físico más allá de la forma que adopto en los sueños. Pero es mi amigo el que te lo manda. Aunque no puedas verlo está aquí, velando para que el transporte que está sufriendo tu cuerpo se lleve a cabo sin ningún error.
            Zack no podía quitarse la idea de que aquello tan solo era un sueño. Nada estaba ocurriendo de verdad. Aunque todo estaba tomando un rumbo interesante…
            –¿Qué ha dicho que está haciendo con mi cuerpo?
–Está… podríamos decir que se ha desintegrado en millones de partículas que viajan por el espacio y que cuando lleguen a su destino se unirán de nuevo y recompondrán tu forma corpórea. –La expresión de Zack fue suficiente para dar a entender que aquella retahíla de palabras le sonó igual que un salmo en griego antiguo–. Se nos está acabando el tiempo y nos queda mucho por hacer. Despertarás pronto. En Centra. Y necesitarás hablar su idioma si quieres comunicarte con los demás. Simplemente tengo que efectuar un vínculo… –indicó, más para sí mismo que para Zack, quien no hacía más que preguntarse qué era un vínculo.
El Visionario cerró los ojos y tocó con uno de sus musculosos brazos el hombro del joven. El tacto de aquel hombre era extraño. Ocurrió lo mismo que la primera vez que Zack le escuchó reír; miles de imágenes acudieron a su cabeza. Olía a hierba recién cortada, a playa y a un riachuelo en medio del bosque. Zack no sabía a qué olían exactamente aquellas cosas, pero si hubiera tenido que describir el olor, habría usado aquellas palabras.
Una energía eléctrica los conectó a ambos. La habitación se disolvió en la oscuridad hasta que sólo quedaron ellos dos. Los ojos oscuros como el ónix del Visionario estaban clavados en los del chico. Repentinamente, apartó el brazo y la sala volvió a aparecer. Zack cayó al suelo. Estaba mareado, pero no se notaba diferente.
–¿Qué has… ha hecho? ¿Es peligroso? –preguntó. No estaba enfadado, simplemente sorprendido. Se levantó del suelo apoyándose en los brazos.
–Ahora podrás hablar y entender el idioma de Centra gracias al vínculo que he formulado. No sabes el idioma en realidad, la única forma de conseguir eso sería con estudio. Sin embargo, gracias a este vínculo se creará la ilusión de que lo conoces. Hay más de un idioma, pero eso no resultara problema para ti. Este es uno de los vínculos más poderosos que existen.
Zack no tenía ni idea de qué le estaba hablando. ¿Vínculos? ¿Qué clase de vínculos? Sus pensamientos quedaron interrumpidos porque el Visionario se llevó la mano al pecho con expresión preocupada.
–Noto que el transporte casi ha concluido. Volveremos a vernos, pero no sé cuándo reuniré la fuerza para reunirme contigo. Quiero pedirte un favor; dos en realidad.
El joven dudó. ¿Qué iba a pedirle? Pensándolo mejor, aquello no era más que un sueño. No tenía nada que perder.
–Es muy posible que llegues a preguntarte por qué te he metido en esto. No entenderás qué haces en un mundo tan diferente del que has vivido durante tantos años. Sin embargo quiero pedirte que no te rindas. Y que no me odies.
–¿Por qué iba a odiarte? –Zack se había colgado el medallón. Lucía orgulloso el medallón de oro sobre su pecho. Al observarlo durante unos instantes se había dado cuenta de que las agujas no se movían.
La única respuesta del Visionario fue una débil sonrisa. Parecía muy triste ante aquella posibilidad.
La habitación se desdibujó. La mesa con las tazas de té desapareció primero junto al telescopio. El suelo de madera crujió y se hundió en el espacio. La cúpula de cristal se hizo añicos y sus pedazos volaron en el firmamento. Sólo quedaron los dos de nuevo, pero ahora se veían todos los puntos luminosos del espacio. Los astros se movían a una velocidad increíble. No. ¡Los que se movían eran ellos!
Una enorme estrella pasó al lado de los incrédulos ojos de Zack. Era blanca y relativamente pequeña; una estrella joven.
            –¿¡Qué es lo que ocurre!?
            –Estamos llegando. Centra está ante ti.
            El hombre se apartó y Zack vio la silueta de un planeta en la lejanía. Poco a poco fueron recortando la enorme suma de años luz que debía de separarles de él, hasta el punto en que quedaron visibles los contornos de aquel nuevo mundo. Repleto de agua y tierra, bosques y vida. Algunos puntos parecían estar completamente desérticos, pero la general belleza natural los disimulaba. Todo esto lo observó en un simple golpe de vista, ya que cerró los ojos, temiendo el momento en que impactara contra la superficie del planeta.
            Estaban tan cerca…
            Un golpe le hizo perder la respiración. Sintió la sensación de que lo sumergían en un lago de aguas heladas en pleno invierno. Su conciencia se fue apagando.
            Y después…
            Oscuridad. 




miércoles, 14 de septiembre de 2011

Prólogo: Última actuación

Prólogo
Última actuación
El público esperaba impacientemente a que comenzara el espectáculo. Gente de todas las edades se había reunido allí, en un pequeño claro del bosque de Záforas; personas cuyos hogares les habían sido arrebatados por las Anomalías y que ahora viajaban juntas hacia la gran ciudad.
            Los enormes árboles intentaban arañar las estrellas, cuya luz se perdía entre el tupido manto de las hojas finas y alargadas. Había una gran fogata en el centro del improvisado campamento. Alrededor de ella estaban sentados los espectadores, deseando poder olvidarse de su exilio por unos instantes.
            Una chica subió al sencillo escenario, formado únicamente por una gran piedra plana que con casi total seguridad pertenecía al lugar de culto de una tribu. La construcción había sido arrasada por las Anomalías, habiendo quedado únicamente el altar de piedra. Alguien había colocado una roca para que los músicos que iban a actuar pudieran sentarse.
La joven portaba en sus manos un Ceof. Era un simple instrumento de cinco cuerdas con una pequeña caja de resonancia y un pequeño mástil. Su forma era estilizada, al igual que la de la chica. Los ojos de color miel de ella brillaban desafiantes, mirando al público a través de las llamas sin los nervios que padecían la mayoría de las personas al actuar frente al público.
            Se hizo el silencio. Incluso las personas que montaban guardia en las lindes del claro ante la constante amenaza de las Anomalías se volvieron para escuchar su actuación. Se humedeció los labios lentamente. Se sentó y colocó el Ceof entre sus piernas. El pelo de color castaño oscuro le caía liso y en cascada, de forma que su rostro quedó oculto a los espectadores. Lentamente, tocó el primer acorde. No se disponía a cantar, se recordó. La música simplemente era un aliciente más para dejar embelesados a los demás. Unos determinados acordes y una entonación cuidada eran lo único necesario para que a todos les impactara la leyenda que se disponía a narrar. Sus atrayentes labios se separaron, listos para comenzar la actuación.
Cuenta la leyenda
Que existe un lugar
Más allá de los campos nevados…
            Todos se quedaron petrificados. El último acorde se quedó suspendido en el aire. La chica sonrió, sabiendo que había conseguido su objetivo. Al menos iban a tener algo que llevarse a la boca sin necesidad de cazar, tarea que se había vuelto muy peligrosa e infructífera últimamente.
Una ciudad mágica
Envuelta en constantes
Y feroces tormentas de nieve
Un joven de unos veinte años sonrió. A diferencia del resto, se hallaba sentado con la espalda apoyada en uno de los laterales del escenario de piedra. Sabía desde el principio que ella iba a contar aquel mito, como siempre. Se apartó el pelo negro de los ojos de color azul brillante.
Tierra prometida
Mítica y oculta
Utopía, la última Esquina
Escuchar la mención de aquel lugar hizo que el público cayera hipnotizado. Los acordes del Ceof resonaban en el claro y se perdían en el bosque. La sonrisa del joven se hizo incluso más amplia tras escuchar sus palabras; las mismas palabras que un día le habían puesto en marcha para emprender su viaje.
Paraíso oculto
El hogar de Cronos
Tras la tumba del Rey Destronado
La chica se sintió rebosante de energía. Aquella antigua leyenda siempre la relajaba. Le recordaba que, a pesar de todo lo que había sufrido, aún tenía un lugar adonde ir. Un lugar en el que ser ella misma. Junto a su amigo, por supuesto. Jamás habría continuado su viaje sola. Había sido toda una suerte encontrarlo en uno de sus espectáculos, preguntando hasta qué punto creía en la leyenda que acababa de contar.
La felicidad
Aguarda en sus muros
Jamás avistados por el hombre
Había llegado al punto en el que el relato original terminaba, pero ella le había añadido una última estrofa para otorgarle el énfasis final que necesitaba. El Ceof siguió sonando, para sorpresa de algunos, mientras la joven se preparaba para el final.
Centra está muriendo
Nuestra única salida
Se encuentra en el norte, Utopía
            Reinó el silencio en el pequeño claro durante unos segundos. La joven se levantó del escenario y realizó una cuidada reverencia ante el público, que comenzó a aplaudir embravecido cuando ya estaba bajando del escenario. Estaba ferviente de felicidad, ya que sabía que con su atractiva actuación se había ganado las Preseas que tanto necesitaban para comprar.
            Su amigo estaba ahora de pie, esperando que bajara del escenario. La observaba tan aparentemente contento como ella. Encontrar a todos aquellos viajeros había sido toda una suerte, ya que en el próximo pueblo por el que pasaran podrían aprovisionarse antes de que las cosas empeoraran incluso más. El camino que se extendía ante ellos prometía ser largo y duro. Pero ya habían recorrido una gran parte del trayecto, y no era momento para volverse atrás. Es más, no tenían ningún lugar al que volver. Estaban solos, solos en un vasto mundo al borde del colapso.
            La joven se lanzó a los brazos de su compañero en cuanto se acercó a él sin soltar siquiera el Ceof. La satisfacción que le había proporcionado su actuación la hacía sentirse llena de vida por unos instantes.
            Su amigo vaciló unos segundos, pero después la envolvió entre sus musculosos brazos.