viernes, 23 de septiembre de 2011

Capítulo 2. Tierra quemada


Capítulo 2
Tierra quemada
            Zack despertó, pero no abrió los ojos inmediatamente. En su lugar, permaneció pensando en el extraño sueño que había tenido la noche anterior. Su cuerpo estaba incluso entumecido, como si hubiera impactado realmente contra la superficie de un planeta. Sí, decididamente, aquel había sido un sueño muy raro.
            Como no escuchaba ningún ruido, supuso que era aún muy temprano y Adel no se había despertado. Sentía en su cuello el tacto frío de algo que con toda seguridad era un metal. ¿De qué podía tratarse?  
            Abrió los ojos esperando encontrarse en la calidez de su habitación. Tenía la intención de desayunar un par de tostadas con mantequilla de cacahuete; una comida suculenta para él. Su sorpresa fue mayúscula cuando observó que el techo de su habitación se había transformado en un techo azul y su cama no era más que un suelo de tierra suelta.
            Se levantó de un salto, pero sufrió un mareo y tuvo que arrodillarse, con las manos en la cabeza. ¿Qué demonios era aquel sitio?
            –Adel. ¡ADEL!
            La desértica llanura se tragó sus palabras. Se encontraba en una vasta extensión de tierra de color oscuro que llegaba hasta el horizonte. No había huellas de neumáticos ni nada que le hiciera deducir que le habían traído allí mientras dormía. Además, esa idea era un tanto estúpida.
            Se llevó las manos al cuello, ahí donde había percibido el tacto frío de un metal antes de recobrar por completo la conciencia. Cogió el medallón entre sus manos, completamente anonadado. No era posible. ¿Y si el sueño había sido cierto? Nada tenía sentido.
            En la lejanía la tierra se curvaba ilusoriamente a causa del calor. No corría ni una pizca de aire en aquel paraje desolado. Zack usó las manos como visera para atisbar algún punto de referencia en el horizonte. Muchos kilómetros más allá vio lo que parecía un pueblo. El Sol era demasiado cegador como para ver nada más. Demasiado cegador para pertenecer a la Tierra.
            Como no había ningún otro lugar al que ir y era evidente que nadie iba a recorrer aquella desértica llanura, emprendió su camino hacia las casas que le había parecido ver en el horizonte.


Las horas pesaban sobre su espalda como una losa. El Sol descargaba con furia el abrasador calor contra su espalda. Zack tenía la boca reseca y los ojos llorosos a causa de la poca humedad y la sed. Parecía que por mucho que caminara jamás alcanzaría su objetivo. Y el hecho de ir descalzo y vestido con el pijama de invierno no ayudaba demasiado. En esta ocasión sí se sintió ridículo. ¿Qué pensaría la gente cuando le vieran con ese aspecto? Sus pies le dolían como nunca lo habían hecho. Por suerte, parecía que el Sol iba a ocultarse pronto. Lo único que Zack esperaba era llegar hasta el poblado antes de que anocheciera. Si no lo conseguía podía darse por muerto, ya que no sabía qué clase de fieras podían pulular allí por la noche; y por el aspecto del pueblo, que cada vez estaba más cerca, podía asegurarse que era muy antiguo. No sabía ni siquiera si salían estrellas por la noche en aquel extraño lugar, ya que el Sol parecía diferente.
            No había ni rastro de comida o agua por el lugar. El trayecto se hizo desesperante, y Zack se vio obligado a adentrarse en sus pensamientos mientras su cuerpo caminaba automáticamente. El Visionario le había indicado que iba a empezar un gran viaje, aunque él no se lo había tomado en serio entonces. Era bastante posible que aquello no hubiera sido un sueño cualquiera. De cualquier modo, había dicho que nunca estaría solo. ¿Dónde estaba todo el mundo?
            En un determinado punto, cogió el colgante y observó el reloj. Parecía que las agujas se habían movido, pero ahora estaban paradas de nuevo. La manecilla que contenía una piedra blanca refulgía al recibir la luz del crepúsculo. La silueta de las casas se perfilaba a una media hora de distancia. A Zack le pareció ver algo raro en ellas, pero como el Sol se estaba ocultando y faltaba luz, no supo decir el qué.
            Tenía mucho sueño. Sus pies le pedían a gritos que dejara de caminar, pero estaba empezando a hacer fresco. Si no llegaba a su destino pronto, moriría por el frío de la noche. Aunque su pijama tuviese mangas largas, no era una protección demasiado buena contra las bajas temperaturas que se podían alcanzar en un desierto de noche.
            Estaba preocupado por Adel. ¿Qué podía pensar cuando viera que había desaparecido? Conociéndola, sabía que a esas horas era muy probable que hubiera intentado movilizar a todas las tropas del orden. Sin embargo, tenían que pasar 24 horas para denunciar una desaparición. Y era evidente que nadie iba a encontrarle…
            El pueblo estaba a tan solo unos pasos. Zack tenía la vista borrosa y la luz se había esfumado ya en su mayor parte. Sentía la frente ardiendo. Era evidente que tenía fiebre. Su cuerpo se movía como el de un autómata.
            Finalmente, puso los pies en las calles de aquel pueblo. Sus pies le fallaron cuando se detuvo, y cayó al suelo. Tenía todo el cuerpo perlado de sudor. Iba a desmayarse de un momento a otro. Parecía una ciudad fantasma. No había nadie caminando por las calles, y las luces de las casas estaban apagadas.
            Su agitada respiración resonaba por aquel desértico lugar. Cerró los ojos, abrazando anticipadamente a la muerte. Entre sus delirios, le pareció escuchar el relinchar de un caballo y, mucho más tarde, unas voces que sonaban desesperadas.


¿Crees que despertará pronto? No podemos continuar mientras lo cuidamos. Y se nos están acabando las provisiones.
            –Lo sé. Pero, ¿qué otra idea sugieres? ¿Abandonarlo en mitad de este lugar maldito? Tiene fiebre.
            –Tú sabes más de medicina que yo. ¿Has averiguado lo que le pasa?
            –Ha sufrido una insolación. Parece que lleva todo el día caminando. Y, por su aspecto, no parece demasiado acostumbrado a hacer grandes esfuerzos físicos.
            –Eso es cierto. Lo que me pregunto es qué puede estar haciendo aquí solo y sin ninguna clase de víveres. Es un suicidio.
            –A lo mejor no tiene ningún otro lugar al que ir.
            Los sentidos de Zack se fueron aclarando poco a poco. No podía abrir los ojos, pero comenzó a escuchar matices en las voces de los hablantes.
            –¿Crees que será otro viajero? –preguntó lo que podía ser un chico de unos veinte años. Por su tono, parecía interesado en la situación.
            –O es eso o es un suicida. ¿Y si le han atacado las Anomalías? –comentó una joven.
            –Eso es lo más probable. Como no se acercan aquí, es posible que se acercara a este lugar aun sabiendo que tenía pocas probabilidades de salir vivo. Es mejor a ser asesinado por esos monstruos –escupió el chico con odio. A Zack le fastidiaba que hablaran de él elaborando una historia de lo que podía haber ocurrido cuando lo que había pasado en realidad era imposible de deducir.
            Hubo una pausa en la conversación. Escuchó unos pasos y a continuación el sonido del roce de una tela.
            –Deberíamos comer algo. Cuando se despierte le daremos algo a él también.
            –¿Y si nos quedamos sin comida? –alegó el joven. Tras unos segundos, pareció cambiar de idea–. Perdóname chico, estoy siendo un tanto egoísta. –A pesar de que creía que Zack no podía escucharle no pudo evitar decir algo así–. Podemos recolectar cuando lleguemos al bosque.
            –Sí. La última vez que actué ganamos bastantes preseas. Las cosas andan mal en los pueblos; debemos aprovechar para abastecernos antes de que cunda el caos.
            Los dos permanecieron en silencio un buen rato. Un tiempo durante el cual Zack recuperó fuerzas. Consiguió mover levemente los dedos de las manos, aunque nadie lo advirtió. Después, abrió los ojos y se sentó despacio. Le hervía la cabeza. Sentía el estómago revuelto.
Se encontraba apoyado sobre una gran piedra que parecía ser parte de una construcción en ruinas. Era completamente de noche. Había una fogata en el centro de una pequeña plaza, alrededor de la cual había un chico y una chica que le miraron cuando lo vieron moverse. El sofocante calor del día había dejado paso a un frío helador.
            –¡Has despertado! –exclamó la joven mientras se ponía en pie rápidamente. La visión de Zack seguía un poco borrosa, por lo que no pudo percibir sus rasgos con exactitud–. Nos tenías preocupados. ¿En qué estabas pensando viniendo hasta aquí sin prepararte antes?
            La simpatía de la chica le hizo sentir mucho mejor. Hablaba como si se conocieran de toda la vida, sin un solo signo que revelara el más mínimo vestigio de vergüenza. Zack se levantó, pero tuvo que volver a sentarse.
            –¿Te encuentras bien?
            –A…agua. –Aquello fue todo lo que salió de sus labios.
            –Sí, no te preocupes. Devon, pásame la cantimplora.
            El susodicho Devon buscó algo en el interior de una especie de mochila de gran tamaño y se situó frente a ellos con lo que parecía una calabaza ahuecada. Zack la cogió y dio un pequeño sorbo; pero después comenzó a beber como si le fueran a arrebatar la campestre botella en cualquier momento.
            –Tranquilo, tranquilo. Es peligroso beber tan rápidamente tras una insolación. Qué bien, parece que no ha sido demasiado grave. Tan solo estabas cansado.
            Zack le hizo caso a la chica y ralentizó el ritmo. Cuando hubo saciado su sed, les devolvió la calabaza, sintiéndose mucho mejor.
            –Te hemos salvado –indicó el tal Devon–. Así que parece que nos debes al menos una historia.
            Zack lo miró sin entender del todo lo que quería decir.
            –¡Oh, no seas así! Acaba de despertar, déjale un poco de tiempo para que se espabile, al menos. Vamos al fuego, hace frío por aquí.
            Al cabo de un minuto estaban los tres sentados alrededor de la hoguera. Devon y la chica estaban a un lado, y Zack, al otro. No dejaba de mirar a su alrededor ahora que se encontraba en mejor estado. Se dio cuenta por primera vez de que aquel poblado estaba ruinas. También vio que aquel no era un pueblo cualquiera. Eran las ruinas de una antigua metrópolis. Si se concentraba aún podía ver la majestuosa ciudad en el pasado. Altos edificios interconectados, parques, fuentes, plazas… Todo conservaba el aire solemne que sin duda había tenido en su pasado, pero los edificios se habían desplomado, llenando de piedras las calles. El agua había dejado de manar por las fuentes, y las plazas habían quedado vacías y oscuras…
            Un denso manto de estrellas cubría el firmamento. Mirara a donde mirara, Zack siempre encontraba curiosas figuras que componían constelaciones parecidas a las que se veían en la Tierra. Aún no había salido la Luna –si es que había una Luna en aquel extraño lugar–. Era el momento de preguntar y obtener respuestas, se dijo. Pero las personas que lo habían salvado también estaban ansiosas por preguntar, por lo que decidió explicarles primero su historia.
            –Supongo que queréis saber cómo he llegado hasta aquí. Es una historia un poco larga que no comprendo. Espero que vosotros arrojéis un poco de luz sobre este asunto. –Los dos lo observaron con una extraña mezcla de curiosidad y duda–. Lo cierto es que me desperté en la mitad de este desierto. La noche anterior había tenido un sueño muy extraño. Había un hombre que me dijo algo sobre un viaje.
            –¿Un viaje? –preguntaron los dos jóvenes al unísono. Se miraron durante un instante y después volvieron a clavar la vista en Zack.
            –Sí. Y también me contó que mi cuerpo se estaba transportando hacia un lugar. Creo que dijo que se llamaba… ¿Centra? ¿Es Centra este desierto?
            Los dos volvieron a mirarse como si se hubiera vuelto loco.
            –Es posible que el golpe de calor te haya afectado más de lo que creíamos… –indicó Devon.
            –¿Por qué? ¿Qué es lo que ocurre? –inquirió Zack.
            –Centra es… digamos… el nombre de nuestro planeta –terminó la chica.
            Un silencio incrédulo se extendió por aquella ciudad colmada de muerte y destrucción. Un silencio roto por la sorpresa de Zack.
            –¿¡Que es qué!? –gritó, perdiendo el control por primera vez. La cabeza le seguía doliendo, y le resultaba un tanto difícil asimilar la información.
            Nadie respondió. Zack sabía que los otros dos estaban deliberando mentalmente entre qué creer por su reacción, pero aquello no le importó demasiado. No después de  pensar que acababan de decirle que estaba en OTRO PLANETA.
            El fuego crepitaba y su rojiza luz proyectaba curiosas sombras en la cara de los tres. Zack tenía la vista clavada en el suelo. Las palabras resonaban en su cabeza.
«Es el nombre de nuestro planeta».
–Pero… eso no es posible –exclamó al fin–. No puedo estar en otro planeta.
–¿Cómo que en otro planeta? Estás loco –escupió Devon. Zack se había dado cuenta de que lo miraba de forma extraña desde hacía rato. Como… si lo estuviera evaluando.
–¡No estoy loco! Mi planeta ES la Tierra –susurró enfatizando cada sílaba.
Sus palabras tuvieron un efecto extraño en los desconocidos. Se miraron –por enésima vez–, pero de una forma distinta a las anteriores. Parecía que había dicho algo que los había sorprendido de verdad.
–Tal vez estés diciendo la verdad –cedió la chica. ¿Qué había dicho para convencerlos tan rápidamente?–. Podemos… ¿podemos hablar un momento en privado?
Zack asintió dubitativo. Todo era tan extraño… Devon y la joven –que todavía no había desvelado su nombre– se dirigieron a una esquina de la plaza. Comenzaron a discutir en voz baja pero acaloradamente. Escuchó la palabra “Tierra”, “acompañar” y “sueños” varias veces, pero no logró comprender nada más entre sus gruñidos.
Volvieron junto al fuego al cabo de unos minutos. Se sentaron con elegancia en el suelo. Fue entonces cuando Zack se fijó por primera vez en el aspecto de los dos.
La joven era esbelta y no demasiado alta. Su pelo castaño le caía en cascada hasta un poco más debajo de los hombros. Sus ojos de color miel tenían un aspecto fiero a la luz de las llamas. Era guapísima. Vestía una ropa tan extraña que a Zack le costó apartar la mirada de ella. Pensándolo bien, la vestimenta que él llevaba sería más que ridícula para ellos. Devon, por su parte, tenía el pelo completamente negro y liso, con flequillo. Sus ojos celestes contrastaban con sus cabellos. Sus brazos eran gruesos y fuertes, al igual que su cuerpo en general. Zack tuvo que reconocer con disgusto que también parecía guapo. Tal vez estuvieran saliendo.
–Has dicho que vienes de la Tierra y que jamás has pisado Centra, ¿verdad?
–Eso creo. Todo es muy raro.
–No te preocupes. Te creemos. Y, si no tienes adonde ir… ¿Te gustaría viajar con nosotros? – La oferta quedó suspendida en el aire durante unos segundos. A la chica pareció costarle decir aquellas palabras. Sonaron un tanto forzadas; por primera vez Zack percibió un atisbo de vergüenza en sus palabras. Lo cual era normal, teniendo en cuenta que le estaba ofreciendo a un completo desconocido vivir con ellos.
«Nunca estarás solo». ¿Se refería a eso el Visionario? También había dicho que estaba a punto de comenzar un gran camino para él. Sin embargo, la oferta le había sorprendido de sobremanera. Apenas le conocían y ya le habían propuesto ir con ellos. Tal vez…
–¿Adónde viajáis? –preguntó Zack mientras sopesaba a toda velocidad la oferta en el interior de su mente. Según parecía, estaba en otro mundo, lo cual aún le parecía increíble. Además, no conocía a nadie allí. No tenía otra opción. ¿Qué habrían hecho James o Elisa en su lugar?
–Puede que te suene un poco raro. –Devon permanecía en un segundo plano mientras la chica hablaba. Él seguía mirándolo de arriba abajo–. Pero no te rías, por favor. Vamos a Utopía.
¿Utopía? Bonito nombre. Sin embargo, una utopía era un lugar ideal, inalcanzable. Una especie de paraíso.
–No sé por qué debería reírme. Sin embargo, no entiendo qué clase de sitio es ese… una utopía.
–No es una utopía. Es Utopía –aseveró Devon, entrando en la conversación–. Es un lugar mítico que jamás nadie ha pisado. Si realmente no conoces esta leyenda, es más probable que digas la verdad. ¡Es la leyenda más famosa de Centra! Se trata de una ciudad, como esta lo fue antaño. Una de las tres… cuatro Esquinas. Muchas personas han partido en su busca, pero se encuentra en el vasto Norte, donde jamás cesan las tormentas de nieve.
–Oh –fue todo lo que salió de los labios de Zack. Le había sorprendido aquello. Una ciudad mágica… Se recompuso rápidamente y preguntó–: Entonces estáis persiguiendo un lugar que no sabéis si existe.
Ambos se sentaron. Pareció no sentarles muy bien lo que acababa de preguntar. La cara de la chica se oscureció, y Devon mantuvo la mirada perdida entre las llamas. Zack, preocupado por haber dicho algo indebido, sacó el medallón de su pecho y se lo mostró para hacer desaparecer el incómodo silencio.
–¿Sabéis qué es esto? Me lo dio el hombre que apareció en mis sueños.
Devon y la chica contemplaron el reloj a la luz del fuego. Lo cogieron y observaron minuciosamente, examinando cada detalle de aquella diminuta obra de ingeniería. Susurraron unas palabras con entonación interrogativa, y se lo devolvieron a su portador sin sacar nada en claro.
–¿Sabes cómo se utiliza?
–No. El Visionario me dijo que debía aprender a usarlo por mi cuenta.
Aquellas palabras tenían algo que hicieron que la mano de la chica chocara minúsculamente con la de Devon. Era un gesto que se le habría pasado por alto a la mayoría de las personas, pero no a Zack. Le escondían algo. Aunque pensándolo bien, aquello era normal, ya que por ahora eran desconocidos.
–Todavía no nos hemos presentado formalmente –recordó la joven–. Él es Devon, y yo, Ela.
–Yo soy Zack –indicó con una sonrisa.
Permanecieron al abrigo del fuego un rato más. Ela le pasó a Zack lo que parecía ser una fruta de medianas proporciones. Tenía un color rosado, y cuando reunió las fuerzas para atreverse a darle un bocado, descubrió que tenía un sabor dulce y contenía mucha agua. Le recordó a una pequeña sandía, y se encontró a sí mismo comiendo sin pausa hasta que terminó la fruta.
–¡Es delicioso! ¿Cómo se llama?
–Es un Oilisua. –Al ver la expresión atormentada de Zack ante un nombre tan largo, esbozó una débil sonrisa–. Un Oili, para abreviar.
–Creo que estoy aprendiendo demasiadas cosas en un solo día. Aún me duele un poco la cabeza. Me gustaría preguntaros algo. ¿Qué es esta ciudad?
–Esto son las ruinas de la ciudad más famosa de Centra. Es el punto central del planeta, donde coincide la energía de las tres… o cuatro Esquinas. –Zack se apuntó otro nombre a la lista de preguntas–. La gente que no vive en tribus o pueblos vivía en las ciudades de las tres esquinas o en esta ciudad. Pero, por un motivo que nadie conoce, las tres Esquinas fueron desapareciendo una a una, convirtiendo su esplendor en ruina y angustia, y llevándose con ellas las vidas de las personas que habitaban los lugares. Al verse con el único sustento de la última Esquina, Utopía, esta ciudad se desplomó por igual.
»Desde entonces, estos lugares han permanecido inhabitables incluso por las Anomalías, y considerados malditos por la mayoría de las tribus.
Devon terminó su discurso. Era sorprendente que hubiera contado toda aquella historia teniendo en cuenta que era el que menos hablaba. Sin embargo, había quedado con más dudas que antes.
¿Qué eran las tribus? ¿Y las Anomalías? A Zack se le estaban acabando las ganas de preguntar. Estaba muy cansado; la cabeza le daba vueltas y vueltas.
–Es muy tarde –indicó Ela–. Si queremos partir mañana temprano será mejor que durmamos ya. Además, no tienes muy buen aspecto.
–Sí, creo que no me vendría nada mal descansar un poco.
Ela y Devon rebuscaron en las grandes mochilas que habían depositado en un extremo de la plaza y sacaron un par de sacos de dormir con aspecto rústico. Zack maldijo para sus adentros. ¿Iba a pasar la noche muerto de frío?
Devon se le acercó. Al menos ya había dejado de mirarle de aquel modo tan incómodo. Zack se preguntó qué quería decirle, pero era muy probable que fuera algo desagradable.
–Cógelo –le pidió Devon, mientras le tendía el saco de dormir.
–Gra… gracias –susurró, sin saber qué pensar–. Pero… –Demasiado tarde, Devon ya se había dado la vuelta y se estaba ocupando de apagar el fuego.
            –¡Oye, Zack! Qué nombre tan raro… Al final no me has respondido. ¿Vendrás con nosotros?
            El aludido lo meditó durante unos instantes. Ir a una ciudad legendaria en el vasto Norte con un par de desconocidos y sin medios de transporte. No se imaginaba nada mejor… Sin embargo, le gustó la idea. Pero aún le satisfacía más la simpatía de Ela.
            –Creo… –articuló Zack, esbozando la mejor de sus sonrisas–. Creo que es la mejor propuesta que me han hecho en mucho tiempo. Y la acepto encantado.
            Más tarde, observaba las estrellas desde su caliente saco de dormir. Se sentía un poco culpable, ya que su verdadero propietario estaba durmiendo sobre una gran piedra, sin nada para cubrirse. Pero el sentimiento era mínimo, ya que su mente vagaba a millones de años luz de allí, en la Tierra. Pensó en Adel, en Elisabeth y en James. ¿Qué pensarían ante su desaparición? Era posible que todo fuera un sueño. Un extraño sueño, sin duda.
            Cerró los ojos lentamente. Siempre le había gustado Elisa, con aquella risa tan especial que a él le encantaba y su cálida mirada. Nunca se lo había dicho, por supuesto, pero esos eran sus sentimientos.
            Pensó en las clases de instituto que iba a perder. Era su último curso antes de acceder a la universidad, y aquello sin duda iba a repercutir en sus notas… si es que algún día las veía, por supuesto.
            El Visionario… la figura misteriosa que lo había llevado hasta aquel lugar. Necesitaba un poco más de su sabiduría para resolver aquel entuerto.
            Fue plácidamente sumiéndose en los brazos del sueño, preguntándose si lo vería todo con otros ojos a la mañana siguiente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario