Esta sala repleta de personas jamás me pareció tan vacía. Tal vez el
espacio esté lleno con vuestros cuerpos, pero, ¿dónde están vuestras mentes? ¿Es
más, existen vuestras mentes? Tal vez no seamos más que el producto de una
infinidad de reacciones químicas que nos hacen ver, que nos hacen sentir, que
nos hacen crecer… y morir. Pero, en ese caso, ¿qué sentido tendría? El universo
se encuentra en un estado de constante cambio, su expansión no es más que la
irrefutable demostración de esta idea. Los planetas nacen y mueren, son
engullidos por estrellas o pierden su energía tras una larga agonía.
¿En qué nos
convierte eso? Es posible que sólo seamos producto de la casualidad. Nacemos,
nos reproducimos y volvemos a la Tierra que una vez nos dio cobijo. O al menos,
eso es lo que nos han dicho. Creo que no hay forma de demostrar esa teoría.
Dicen que morimos, pero no hay forma de asegurarlo por uno mismo. Sólo podemos
confirmar nuestra propia existencia. Pero, en ese caso, ¿qué sentido tiene
aceptar su desaparición? Este planeta, este universo que nos proporcionó
nuestra existencia, desaparecerá con nuestra muerte. Jamás podremos volver a
verlo, nunca podremos volver a sentir el tacto del agua fría tras una tarde
calurosa, nunca escucharemos de nuevo el murmullo de las hojas al mecerse en el
viento. ¿Cuál es el sentido de nuestra muerte? ¿No es nuestra existencia un
breve período de lucidez entre una nada y la siguiente? Esta idea tan sólo
confirmaría la fría crueldad del universo.
En mi opinión,
ese, y no otro, es el motivo de la idea de un Dios. Las personas no pueden
aceptar su propia desaparición, no pueden imaginar qué ocurrirá tras su muerte,
porque según su propia consciencia le dice, todo desaparecerá. Y con esto no
quiero decir que todo se volverá negro, no. No será un sueño: será el vacío. Un
vacío del que jamás seremos conscientes porque, en el momento en el que nos
sumerjamos en él, dejaremos de existir. El ser humano tiende a dilucidar la
figura de Dios como un ente humano, una figura encargada de velar por nuestro
descanso. Pero esa idea también carece de sentido. ¿Para qué velar por un
descanso que podría ser obviado? Del mismo modo, es posible la teoría de un
Dios entendido como el origen de la materia, como un todo que impregna cada
partícula del universo. Podemos entender a Dios como una fuerza, una energía,
sin consciencia ni existencia unificada, sino como la materia utilizada para la
creación de este universo.
Pero esta idea no
es capaz de resolver la mayor pregunta que el hombre se ha formulado a lo largo
de la historia:
¿Qué llega realmente
tras la muerte?