sábado, 17 de septiembre de 2011

Capítulo 1: El observador estelar

Capítulo 1
El observador estelar


Zack dejó el ordenador y se dirigió a la cocina. Adel iba a llegar tarde, por lo que le correspondía a él el honor de prepararse la cena. Ella le había enseñado todo lo necesario para hacer una comida en condiciones debido a que a veces tenía que ausentarse por trabajo.
            Aunque tenían bastante dinero, vivían los dos en una casa modesta de un pueblecito de Inglaterra situado a media hora de Liverpool. Era evidente que ambos provenían de otro lugar, tanto por su piel bronceada como por sus pelos y ojos. Desgraciadamente, también era evidente que no eran familiares; no se parecían en nada. Mientras que el pelo de Zack era castaño, el de Adel era rojo como el fuego. Los ojos del joven eran de color negro. Su mirada poseía la fuerza de alguien que ha crecido demasiado pronto. Los ojos de su madre adoptiva eran de color verde oscuro, relucientes cual par de esmeraldas.
            Echó el aceite en la sartén y esperó a que se calentara. Cuando estuvo listo puso un filete de pollo al fuego  y esperó pacientemente a que se cocinara, escuchando el rítmico tik tok del reloj. Atrapado en el incansable avance de las agujas del reloj, dejó vagar su mente, lejos, muy lejos…
            ¿Era cierto lo que Adel le había contado? Que simplemente se lo había encontrado en la puerta de su casa un día. ¿Cómo podía alguien hacer algo así? ¿Por qué le habían… abandonado?
            Le dio la vuelta al filete como un autómata. A diferencia de la mayoría de los ingleses, ellos usaban aceite en lugar de mantequilla para cocinar. Tenían mucho dinero gracias a los ingresos de Adel por su famoso libro, Energía Oscura. Lo había escrito el mismo año que ella le había encontrado en la puerta y se hizo cargo de él. Adel era una verdadera madre para Zack. No quería conocer a sus padres biológicos, no después de la atrocidad que hicieron. Como Adel no tenía ninguna familia, los dos habían vivido solos en el mundo durante aquellos diecisiete años. Tenía unos pocos amigos íntimos. A él no le gustaba conocer a gente nueva, sino trabar complicidad con quienes ya conocía. Elisa y James eran sus dos mejores amigos, una compañía de valor incalculable. Elisa era guapa, muy guapa. Sus rizos dorados y sus ojos azules eran para él un verdadero imán.
            El humo impregnaba la habitación. Únicamente salió de su ensimismamiento por el horrible olor a quemado. ¡Había dejado el filete demasiado tiempo en el fuego!
            Cogió la sartén rápidamente y la apartó de la vitrocerámica, pero le saltó un poco de aceite a la mano.
            –¡Mierda! –gritó mientras abría las ventanas. Después puso la mano izquierda bajo el gran chorro de agua fría proveniente del fregadero. Era zurdo.
            La puerta de entrada se abrió. Genial, Adel estaba en casa. Iba a encontrarse un gran estropicio…
            –¡Ya estoy aquí! Que suerte, la firma de libros ha terminado antes de lo previsto. ¿Qué tal ha ido…? –se interrumpió al ver el estropicio que se había creado en la cocina. La sartén había caído al suelo y esparcido el aceite. El filete estaba sobre los azulejos–. Zack, ¿estás bien?
            –Sí, es sólo que me he distraído un poco y se ha quemado la comida. No te preocupes, yo lo recojo todo.
            –¿Te has hecho daño? –preguntó preocupada al verle inclinado en el fregadero. Se acercó esquivando el charco de aceite con un gran salto del que pocas personas podrían ejecutar y se plantó junto a él. Cuando le vio la quemadura su expresión cambió.
            Le había caído una buena cantidad de aceite, aunque no era nada grave. Pero dolía bastante. Zack no pudo evitar bajar la mirada hasta el brazo derecho de Adel, donde portaba una gran cicatriz producida por una quemadura que se extendía casi hasta el hombro. Por un instante se preguntó de forma infantil si se le quedaría aquella cicatriz. No, por supuesto que no.
            –Vamos a curarte eso –le dijo mientras desaparecía ágilmente de la habitación. Volvió con una pomada y una venda. Tras apartar la mano del agua le aplicó el ungüento con cuidado de no hacerle daño, y procedió a vendarle la mano–. No te preocupes, no es nada. Aunque será mejor que vayas con más cuidado.
            Le sonrió y fue a por una fregona. Zack se quedó allí plantado, sin saber qué hacer. La mano le escocía bastante. Recogió su comida y la tiró a la papelera. Cuando su madre volvió con su arma de limpieza entre las manos, él insistió repetidamente que quería limpiarlo. Ella finalmente cedió y se fue al salón, no sin antes decirle que la llamara si necesitaba cualquier cosa.
            Demasiado joven, pensó Zack mientras ella se alejaba. Demasiado joven para pasar por su madre. Tenía apenas treinta y siete años, y aparentaba mucho menos. Su piel curtida y bronceada, y su jovial mirada la hacían parecer incluso más joven.
            Cuando se perdió en el pasillo Zack volvió a su labor y fregó el suelo notando las punzadas que le daba la mano izquierda cada vez que aferraba el mango. Sin embargo, no quería pedir ayuda. No quería sentirse inútil.
            Estuvo unos diez minutos en la cocina. El humo se disipó mientras el fregaba, y parecía que nada había ocurrido allí. Salió cansado de la habitación. No había comido nada, aunque lo cierto era que se había quedado sin hambre. Adel le saludó, recostada en uno de los cómodos sofás del salón. Era la mejor parte de la casa. Allí se apreciaba el verdadero poder financiero del que disponían. Había una gran televisión de plasma en una librería de madera que cubría por completo una de las cuatro paredes. El televisor estaba rodeado de una infinidad de libros de todas clases; aunque los que más abundaban era de fantasía. A ambos les encantaba e incluso charlaban respecto a los personajes y el argumento de las obras.
            –Me voy a la cama –susurró él–. Estoy un poco cansado.
            –De acuerdo. Aunque es un poco temprano, ¿no? –Cerró el enorme libro que estaba leyendo. El Libro Mágico, como a Zack tanto le gustaba llamarlo. Aunque Adel era por lo general relativamente permisiva, nunca le había dejado ver qué había tras aquella gruesa cubierta de cuero incrustada de lo que parecían piedras preciosas. El brazo quemado de ella descansaba sobre el libro. Era una suerte que su mano no hubiera resultado dañada por el incendio del que jamás había hablado.
            Zack no le preguntaba demasiado sobre su pasado, porque eso le recordaba a que lo habían abandonado. De cualquier modo, no estaba seguro sobre si ella le habría respondido a sus preguntas. Parecía muy cerrada en torno a su vida anterior.
            –Lo sé, pero no me encuentro muy bien. Buenas noches. –Se encaminó hacia su habitación sin decir nada más y sin advertir la preocupada mirada de Adel. Elisa y James le habían hablado por el Messenger en su ausencia. Se había olvidado de cerrarlo.
            Sin fuerzas para hacer nada, se desplomó en la cama, pensando en qué había hecho para estar tan cansado.
            Cerró los ojos lentamente. Antes de caer completamente dormido pasaron miles de imágenes por sus párpados cerrados. Un libro incrustado con joyas, un incendio y un caballo desbocado.


El vacío se expandía en todas las direcciones hasta llegar al infinito. Zack se encontraba flotando en algún lugar de la nada. No sabía cómo desplazarse, ya que no disponía de ningún punto de apoyo. Además, moverse tampoco iba a servir de mucho. No había ningún lugar al que ir.
            Se preguntó si estaba soñando. Era evidente que sí. ¿Dónde estaba si no? Podía escuchar su propia respiración. Sus ojos oscuros escrutaron los alrededores. Era imposible… ¡Todo estaba realmente vacío! Su vista se perdía en un color que no era blanco ni negro.
En algún lugar vio un edificio. Una majestuosa construcción que le había pasado desapercibido hasta entonces, o que acababa de aparecer. Un espléndido y mágico observatorio.
            Zack notó que una nueva gravedad lo empujaba hacia abajo. Cerró los ojos, pensando en que iba a hundirse eternamente. Había perdido la oportunidad de alcanzar el misterioso observatorio.
            Sus pies se posaron sobre algo firme. Abrió los ojos y vio con sorpresa que se encontraba sobre una roca plana y negra que no estaba apoyada en ningún lugar. Sin embargo, soportaba su peso sin dar ningún signo de debilidad. ¿De dónde había salido?
            Ahora estaba sobre sus dos piernas, pero el edificio quedaba a un desnivel de unos veinte metros de altura y distancia. No había nada que pudiera hacer, pensó con pesimismo.
            Como si hubiera leído sus pensamientos y quisiera empeorar la situación, la piedra comenzó a temblar. Zack saltó como un acto reflejo. Y cuando esperaba volver a caer y caer… sus pies se posaron sobre otra laja. Tal vez aquellas rocas aparecían cuando las necesitaba. Dio un paso y se adentró en el vacío. Pero sus pies encontraron un nuevo punto de apoyo. Sonriendo satisfecho, miró al edificio. Podía conseguirlo.
            Aquel ambiente parecía actuar en torno a su estado anímico, ya que apareció un camino de lajas de color oscuro que ascendían en línea recta hasta parar en la puerta del observatorio. Zack se acercó a él, observando cada vez más detalles en su estructura. Era una construcción con forma circular, aunque las puertas se encontraban en una zona rectangular que sobresalía de la distribución original. Sus paredes eran de un material blanco muy brillante, y ascendían en posición vertical unos diez metros. A esa altura, las pulcras láminas dejaban paso a una cúpula enorme hecha de lo que parecía cristal. De un orificio en el cristal sobresalía lo que parecía a todas luces un telescopio de proporciones colosales. Debía de ser carísimo.
            Zack continuó ascendiendo hasta llegar a las puertas. Se abrieron de forma automática cuando se acercó a ellas. El interior estaba iluminado por una gran lámpara de araña de color bronce. La habitación era espaciosa, y había sido decorada con gran profusión. El techo estaba a una gran altura. De él colgaban gruesas tiras de terciopelo verde con grabados dorados que representaban en su mayoría escenas de astronomía. Reconoció en uno de ellos el Sistema Solar. En el extremo inferior de la tela, que colgaba a un par de metros de altura, había letras que resultaron irreconocibles para Zack. Parecían una fusión entre los kanji orientales y las letras griegas. Parecían querer representar algo sin necesidad de conocer el idioma en el que estaban escritas, pero a Zack se le escapaba su significado.
            El centro de la sala estaba libre de tela. La lámpara que otorgaba luz a toda la estancia colgaba del techo gracias a una fina cadena de metal. Estaba decorada en sus extremos con joyas de todos los colores; pero destacaba la presencia de piedrecitas negras, probablemente ónix. El suelo de la habitación estaba hecho de un material suave y cálido. Cuando se dio cuenta de que estaba descalzo, descubrió también que llevaba puesto el pijama. ¿Y si se encontraba con alguien? Se sintió aún más avergonzado cuando recordó que aquello no era más que un sueño, por lo que aquello no importaba.
            Había una puerta al fondo de la habitación. Se acercó a ella apartando torpemente las tiras de terciopelo que caían hasta su altura. Se situó ante aquel conector con lo desconocido. Si no se equivocaba, tras la madera debería estar la sala de observación. Las abismales diferencias entre aquella puerta y la anterior marcaban la indudable presencia del mundo onírico en aquel lugar.
            Zack apoyó la mano en el pomo. Estaba formado por la misma piedra negra que decoraba la lámpara. Respiró una, dos veces, y pasó al otro lado.


–Qué bien que ya estés aquí.
            La sonrisa del hombre era más que amistosa. Era la clase de sonrisa que un padre le dirigiría a un hijo que acaba de volver de un largo viaje. ¿Quién era aquel tipo?
            Zack se encontraba al otro lado de la puerta, y todo era bien diferente a lo que había esperado. El suelo era de madera pulida. Parecía quemada en algunas zonas, ya que su tono claro era sustituido en algunos puntos por un color que se aproximaba bastante al negro. Las paredes eran del mismo material blanco que había visto desde el camino de piedras. La habitación era completamente circular y la elaborada cúpula de cristal constituía el techo. A través de ella Zack vio una innumerable cantidad de astros lejanos que se movían a una velocidad relativamente rápida. Cada uno poseía un color que lo diferenciaba de los demás. Constantemente desaparecían motas de luz ocultándose tras el extremo derecho de la cúpula para dejar paso a otros planetas nuevos.
            En el centro de la habitación, el magnífico y colosal telescopio blanco –que parecía ser del mismo material que las paredes– enfocaba a un punto indeterminado del firmamento. La nada se había transformado. Había cobrado vida. Me encontraba en algún punto del vasto universo.
            A un lado de la sala había una mesa de madera cubierta por un mantel de colores chillones. Todo lo que había en la habitación desentonaba y llamaba la atención por su contraste con el resto del mobiliario. Dos sillas coronaban cada uno de los extremos de la mesa, sobre la cual había un delicado juego de té. No, no había un juego de té. Parecía que alguien había cogido una pieza de cada vajilla y las había juntado. El hombre que había hablado estaba de pie tras una de las sillas, con las manos apoyadas en su respaldo. Se sentó tan pronto como el joven entró.
            –¿Un poco de té? –preguntó amablemente mientras cogía la tetera y dejaba caer un pequeño chorro de líquido parduzco sobre una de las tazas de porcelana. Zack sintió el impulso de querer beber un poco. Pero pensándolo mejor, no conocía de nada a aquel tipo.
            El pelo del hombre le caía liso hasta los hombros. Era oscuro como la pez, al igual que sus ojos. Su piel era pálida y tersa; era bastante fuerte. Era mayor que Zack, aunque él no pudo definir la edad que tenía. Era un ser atemporal. Su mirada, aunque simpática y abierta, parecía saber mucho más de lo que cualquier persona habría imaginado jamás. Sus movimientos eran delicados como el fluir del agua.
            –Pero… ¿Quién es usted?
            Una risa amable salió de sus labios. A Zack le recordó al viento en las praderas, al frío de las montañas y a la calidez del fuego en invierno. Todo al mismo tiempo.
            El desconocido tenía ante sí a un joven de unos diecisiete años, bastante delgado, con el pelo castaño y los ojos negros. Parecía un tanto asustado.
            –Yo… soy nada, pero a la vez lo he creado todo. Soy una parte de algo incompleto, una simple proyección.
            Zack no había entendido absolutamente nada. Se acercó unos pasos por pura inercia; el sujeto ejercía un poder de atracción parecido a la gravedad que no se le pasó por alto.
            –¿Qué quiere decir? –el joven sintió la necesidad de hablar de forma educada.
            –Por favor, nada de formalidades. ¿Quieres una taza de té? –preguntó de nuevo. Interpretó el gesto incómodo de Zack como un “sí”, y comenzó a verter el líquido que guardaba la tetera.
            –De acuerdo –susurró ante la taza humeante. Se acercó a la mesa, dubitativo, sin saber qué decir.
            –Me alegra mucho que hayas llegado. Eso significa que el viaje podrá comenzar para ti al fin.
            –¿Vi…aje?
            –Hay muchas cosas de las que hablar, pero no disponemos de demasiado tiempo. Cómo me gustaría poder compartir más tiempo con vosotros. ¿He de suponer que Adel no te ha hablado sobre Centra?
            El rostro de Zack era el libro abierto con las letras más grandes que nadie había visto jamás. Todo en él dejaba entrever su confusión. Movía sus frágiles brazos de un lado a otro, sin saber donde apoyarlos. Sus ojos barrían la habitación sin cesar, intentando conseguir alguna pista que le arrojara un poco de luz al asunto.
            –No te preocupes. Respecto a tu pregunta anterior, puedes llamarme Visionario. Aunque, como no soy nadie, no tengo un nombre real.
            –¿Qué quieres decir con eso? ¿Eres un producto de mi mente? La verdad es que nunca había soñado nada así.
            –Me temo que no lo soy. Es otra mente la que me ha creado. Debido a que sólo soy una parte de otro ser, el único modo de presentarme ante ti es mediante los sueños.
            Zack no sabía qué pensar. Estaba soñando, eso lo sabía. Pero, por otro lado, jamás se había sentido así durante un sueño. Parecía que realmente estuviera en aquel lugar.
            –Será mejor que me siente. –Zack depositó su peso sobre la silla de madera. Su taza de té le esperaba, pero todavía parecía estar demasiado caliente–. ¿Puede explicarme un poco de qué va esto?
            El hombre no pareció sorprendido por su reacción. Se levantó y comenzó a caminar pensativamente por la sala. Al cabo de un largo minuto, comenzó a hablar.
            –Vas a comenzar un largo viaje. Tal vez te parezca un enorme sinsentido, pero no es así. Todo tiene una explicación lógica, pero de momento no puedo proporcionártela. No me creerías. Además, hay cosas que es preferible que las descubras por ti mismo. –El Visionario se detuvo ante una estantería llena de libros. La mayoría parecían ajados por el uso; aunque sus cubiertas permanecían legibles–. Encontrarás… muchas personas durante tu camino al norte; nunca estarás completamente solo.
            –Pero, ¿dónde quiere que vaya? –Sin darse cuenta, Zack volvía a hablarle de usted. Era inevitable en una persona que imponía tanto respeto.
            Las manos del Visionario se cerraron sobre un tomo lleno de polvo. Sopló un poco sobre la cubierta, revelando un título escrito en letras doradas. Energía oscura. Había una especie de cadena dorada enrollada a su contorno, pero desde aquella distancia Zack no podía estar muy seguro. Cogió su taza de té. Dio un pequeño sorbo y…
            La taza voló por los aires hasta estrellarse con el suelo. Quemaba demasiado y se le había resbalado de las manos. La había vuelto a fastidiar, como siempre hacía. Por suerte, el hombre no parecía enfadado, sino sorprendido y un tanto preocupado a juzgar por la expresión que habían adquirido sus cejas negras.
            –Se te ha caído.
            –Lo siento, lo…
            –¡No! No pasa nada –chasqueó sus dedos y el estropicio desapareció en un instante. Como si alguien hubiera pulsado el botón de marcha atrás en un mando invisible, el líquido derramado volvió al interior de la taza que se reconstruía rápidamente. Unos segundos después parecía que nada había ocurrido.
            –¿Era necesario eso? –preguntó Zack, refiriéndose a sus dedos.
            –No, sólo era para añadirle dramatismo –bromeó el hombre enseñando una sonrisa. Su expresión volvió a ser de preocupación un instante después–. ¿Cómo es posible que se haya caído? Quiero decir que esto es un sueño. Tu cuerpo físico se está trasladando en este momento, pero no está aquí. ¿Es que te has quemado?
            –Sí –respondió escuetamente.
            –Pero eso es imposible que te haya hecho daño. Todo esto es una ilusión. Simplemente es la proyección que han adoptado mis pensamientos. No importa, es demasiado complicado.
            Zack permaneció pensativo durante unos instantes.
            –Me gustan las cosas complicadas. No soy gran cosa, pero al menos me considero un poco inteligente.
            El Visionario sonrió. Le gustó lo que acababa de decirle. Demostraba que aún tenía un poco de autoestima. Se acercó con el libro entre su mano derecha y lo depositó sobre la mesa. Quitó el nudo que unía la cadena a la obra y asió el medallón en su mano derecha.
            –No eres su primer usuario. Y espero que tú tengas tanta suerte como ella.
            –¿Qué quiere decir? ¿Es para mí? –Zack acostumbraba a preguntar varias veces sin esperar a que la anterior pregunta quedara respondida. Algunas personas como James encontraban aquello un tanto irritante, pero al Visionario no parecía importarle. La sonrisa había vuelto a su rostro y era más cálida que antes si cabe. Su expresión le hizo recordar a Zack que realmente se comportaba como si fuera su padre. ¿Trataría así a todo el mundo?
            –Es todo tuyo. Con una condición. Deberás aprender a utilizarlo.
            Había una especie de reloj colgando de la cadena de oro. Tenía tres agujas. Una de ellas, la más larga y delgada, tenía un intrincado contorno en su punta, y era de color negro. La segunda era la más gruesa. Se transformaba en una cruz al finalizar. La última tenía una joya blanca incrustada que refulgía como el Sol de la mañana. Las horas estaban escritas con números romanos. Zack no podía apartar la mirada de aquel encantador objeto. Cuando el hombre lo depositó sobre su palma, el joven no podía comprender cómo había llegado hasta él algo tan valioso. Parecía muy importante.
            –¿Dónde lo conseguiste? ¿Cómo funciona? –preguntó sin apartar la vista del colgante.
            –Respecto a tu primera pregunta, lo creé yo con la ayuda de un amigo. Y respondiendo a la segunda; ya te he dicho que tendrás que aprender a utilizarlo.
            –Muchas… ¡Muchas gracias! Pero usted dijo que… dijo que esto es una ilusión, y que no existe realmente.
            –Lo que nos rodea es una proyección, sí. Pero ese reloj es real. Yo no puedo entregártelo ya que no poseo un cuerpo físico más allá de la forma que adopto en los sueños. Pero es mi amigo el que te lo manda. Aunque no puedas verlo está aquí, velando para que el transporte que está sufriendo tu cuerpo se lleve a cabo sin ningún error.
            Zack no podía quitarse la idea de que aquello tan solo era un sueño. Nada estaba ocurriendo de verdad. Aunque todo estaba tomando un rumbo interesante…
            –¿Qué ha dicho que está haciendo con mi cuerpo?
–Está… podríamos decir que se ha desintegrado en millones de partículas que viajan por el espacio y que cuando lleguen a su destino se unirán de nuevo y recompondrán tu forma corpórea. –La expresión de Zack fue suficiente para dar a entender que aquella retahíla de palabras le sonó igual que un salmo en griego antiguo–. Se nos está acabando el tiempo y nos queda mucho por hacer. Despertarás pronto. En Centra. Y necesitarás hablar su idioma si quieres comunicarte con los demás. Simplemente tengo que efectuar un vínculo… –indicó, más para sí mismo que para Zack, quien no hacía más que preguntarse qué era un vínculo.
El Visionario cerró los ojos y tocó con uno de sus musculosos brazos el hombro del joven. El tacto de aquel hombre era extraño. Ocurrió lo mismo que la primera vez que Zack le escuchó reír; miles de imágenes acudieron a su cabeza. Olía a hierba recién cortada, a playa y a un riachuelo en medio del bosque. Zack no sabía a qué olían exactamente aquellas cosas, pero si hubiera tenido que describir el olor, habría usado aquellas palabras.
Una energía eléctrica los conectó a ambos. La habitación se disolvió en la oscuridad hasta que sólo quedaron ellos dos. Los ojos oscuros como el ónix del Visionario estaban clavados en los del chico. Repentinamente, apartó el brazo y la sala volvió a aparecer. Zack cayó al suelo. Estaba mareado, pero no se notaba diferente.
–¿Qué has… ha hecho? ¿Es peligroso? –preguntó. No estaba enfadado, simplemente sorprendido. Se levantó del suelo apoyándose en los brazos.
–Ahora podrás hablar y entender el idioma de Centra gracias al vínculo que he formulado. No sabes el idioma en realidad, la única forma de conseguir eso sería con estudio. Sin embargo, gracias a este vínculo se creará la ilusión de que lo conoces. Hay más de un idioma, pero eso no resultara problema para ti. Este es uno de los vínculos más poderosos que existen.
Zack no tenía ni idea de qué le estaba hablando. ¿Vínculos? ¿Qué clase de vínculos? Sus pensamientos quedaron interrumpidos porque el Visionario se llevó la mano al pecho con expresión preocupada.
–Noto que el transporte casi ha concluido. Volveremos a vernos, pero no sé cuándo reuniré la fuerza para reunirme contigo. Quiero pedirte un favor; dos en realidad.
El joven dudó. ¿Qué iba a pedirle? Pensándolo mejor, aquello no era más que un sueño. No tenía nada que perder.
–Es muy posible que llegues a preguntarte por qué te he metido en esto. No entenderás qué haces en un mundo tan diferente del que has vivido durante tantos años. Sin embargo quiero pedirte que no te rindas. Y que no me odies.
–¿Por qué iba a odiarte? –Zack se había colgado el medallón. Lucía orgulloso el medallón de oro sobre su pecho. Al observarlo durante unos instantes se había dado cuenta de que las agujas no se movían.
La única respuesta del Visionario fue una débil sonrisa. Parecía muy triste ante aquella posibilidad.
La habitación se desdibujó. La mesa con las tazas de té desapareció primero junto al telescopio. El suelo de madera crujió y se hundió en el espacio. La cúpula de cristal se hizo añicos y sus pedazos volaron en el firmamento. Sólo quedaron los dos de nuevo, pero ahora se veían todos los puntos luminosos del espacio. Los astros se movían a una velocidad increíble. No. ¡Los que se movían eran ellos!
Una enorme estrella pasó al lado de los incrédulos ojos de Zack. Era blanca y relativamente pequeña; una estrella joven.
            –¿¡Qué es lo que ocurre!?
            –Estamos llegando. Centra está ante ti.
            El hombre se apartó y Zack vio la silueta de un planeta en la lejanía. Poco a poco fueron recortando la enorme suma de años luz que debía de separarles de él, hasta el punto en que quedaron visibles los contornos de aquel nuevo mundo. Repleto de agua y tierra, bosques y vida. Algunos puntos parecían estar completamente desérticos, pero la general belleza natural los disimulaba. Todo esto lo observó en un simple golpe de vista, ya que cerró los ojos, temiendo el momento en que impactara contra la superficie del planeta.
            Estaban tan cerca…
            Un golpe le hizo perder la respiración. Sintió la sensación de que lo sumergían en un lago de aguas heladas en pleno invierno. Su conciencia se fue apagando.
            Y después…
            Oscuridad. 




No hay comentarios:

Publicar un comentario